29 de abril de 2011

Capítulo 1: Paciente cero

Día 0

La noche antes del día en que todo se fue a la mierda Maracaibo seguía siendo una ciudad maldita por el calor y el polvo. El azote del sol apenas cesaba cuando la luna aparecía, y aún así, la cálida humedad del lago quedaba abrazando los pobres cuerpos en la sombra, cocinándolos al vapor. Esa noche, sin embargo, el calor trataba de decir algo. Estaba quieto, a la espera:  no había una sola brisa que moviera una hoja en el árbol del porche de la casa en la que 6 muchachos -3 chamos, 3 chamas- descansaban y charlaban, inadvertidos, despreocupados, tejiendo su propio mundo con sus conversaciones circunstanciales. 

- 42 grados, güevón. 42 grados. ¿Vos sabéis lo que es eso?
- Mierda, - dice otro, enfatizando en cada consonante de la palabra - chamo. Menos mal que estuve en aire todo el día.
- La ciudad más fría de Venezuela - dice una de las chicas con ironía - y la que más gasta en aire acondicionado.
- No queda de otra, - dice otro, y suena "pob", y no saben de donde. No le presta atención y sigue - en esta vaina hace demasiado calor pa' sobrevivir así por así, sin aire.

La chica lo mira como pensando refutarle. Tiene con qué, Maracaibo fue fundada mucho antes de la existencia de los aires. Pero, seguramente, si ella decía eso, la conversa iba a tomar un sabor muy serio y educativo para su gusto: hablarían del calor, la ecología, el calentamiento mundial; y a ella no le interesaban ya esas cosas. "Pob", sonaba de nuevo y "pob" otra vez. "Pob, pob" se hacía más frecuente. Los muchachos miraban a todas partes buscando el sonido, todos ellos menos uno que se quedó mirando su iPad. "Pobpobpopopobpopobop" empezó a sonar como una metralletica de juguete, el sonido venía del iPad.

- ¿Qué es esa vaina? - Pregunta uno.
- Plants vs Zombies - responde la chica que está al lado del jugador - un jueguito en el que tienes que impedir la invasión zombi plantando maticas asesinas, o una vaina así.
- Qué severenda güevonada - dijo uno sin interés.
- No te creas, loco - dijo el jugador -, yo también creía eso. Pero el jueguito es un vicio. Si lo juegas, no lo sueltas.
- Pa' ver.

El chamo le pasa el iPad al otro. Éste empieza a jugar, desinteresado, pero sin soltarlo. Pasaron algunos minutos en que el único protagonista era el "pob" del jueguito y el humo de los cigarros. En esas, uno de ellos soltó:

- Ey... ¿Cómo sería un apocalipsis zombi en Maracaibo?
- ¿Qué?
- Un fin del mundo zombi, pues. Que nos atacaran los zombis.
- Horrible - dice una elocuente muchacha
- Va pues, pendeja - responde un chamo - de bolas que sería horrible. La pregunta es cómo sería, qué pasaría, pues.
- No durarían, mucho calor.
- Sí, se pudrirían.
- Ajá, ¿y si no se pudren?
- Se fastidian. ¿Quién coño se come a un vergo que a lo único que sabe es a pastelito o patacón? A lo sumo se lo comen por una semana, luego se suicidan, se tiran del puente.
- Va, pues. En serio.
- En serio, te digo, sería así la vaina. O no sé. La verdad es que no creo que duren mucho. Aquí hemos visto demasiadas películas de zombi como pa' caer en la vaina. Todos sabemos lo básico: le pegas un tiro en la cabeza, no te acerques a ellos, no los intentes salvar así sea tu familia, aíslate, y toda esa vaina.
- Y buscar refugio. Escuchar la radio, internet, televisión; informarse.
- Twitter.
- También. Y no sé, ¿De qué tipo de zombi hablamos? ¿Es un zombi rápido? ¿Está muerto, muerto? ¿Lo mataron y no se murió?
- Uno clásico, supongo. Lento, torpe. Peligroso cuando en masas.
- No veo cómo logra reproducir la enfermedad, si es que hablamos de una enfermedad. ¿O son zombis mágicos, infernales y tal?
- ¿Te imaginas los anuncios de Mi Diario? - pregunta uno, refiriéndose al diario amarillista de moda en la ciudad - Una vaina así: "Llegaron los zombis"
- "Los muertos vivientes, pa' que vos veáis"
- "Les cuelgan vergas"
- "¡Fue horrible!"
- "¡Lo mataron, y no se murió!"

Se ríen. Andrea no tanto. Mira su teléfono esperando un mensaje. Lo mira cada vez que, por algún movimiento, una luz le hace creer que se ha encendido. Lo tiene en silencio, lo mira a cada rato. Nada. ¿Dónde está Karina? No se decide a llamar. Se pone los audífonos, ya no se interesa por la conversación. Pasa las canciones en aleatorio a través de un repertorio muy variado: una canción de Sam Roberts, una movida que no logra identificar, el piano de Sakamoto, Fiona Apple ¿Criminal? No la deja lo suficiente como para reconocer, Juan Luis Guerra y su café, Miguel Bosé. No deja ninguna canción, no se siente atraída por ninguna canción, pero su teléfono deja de responderle en una de Molotov: El Mundo. La letra por un instante le pareció hipnótica "El mundo se va a acabar, el mundo se va acabar, si un día me has de querer, te debes apresurar". Se levanta y deja a los muchachos hablando de sus zombis, juegos, que si les das en la cabeza, que si se parecen a los -vergos de Dead Space, güevón...- Fue lo último que escuchó antes de entrar en la casa. Le quitó la batería a su teléfono, se la puso de nuevo. Esperó a que a cargara. Ya. Busca en la lista de contactos: Karina. Llamar.

Tono.

Tono.

Tono.

Contestadora. Cierra los ojos. ¿Será que no vino por lo que le dije? La imagina hablando con otra chica, tomándole la mano como ella anoche. Abre los ojos. Llama de nuevo.

Atravesando el calor de la ciudad la llamada llega a un aparatito odioso en manos de un hombre moreno, alto, con una cara que parecía aplastada en la frente y la barbilla, pelo mal acomodado y mal puesto, como creciendo en lugares equivocados de su rostro.

- Quitale la pila a esa vaina, el chí, ve que cuando está prendí'o pueden cacharnos con el bps.
- El GPS, bestia. Y este modelo no trae. El yábelin, es el que trae- dijo su compañero, menos alto, pero no más agradable a la vista.  - Y ya no importa. Ya lo apagué.

Siguen haciendo lo que estaban haciendo. Atracadores, acaban de terminar un trabajo. Corrían a paso ligero, casi trotando, por una calle estrecha y desolada de Santa Lucía. A esas horas de la noche no se veía a nadie en frente de sus casas, bebiendo, como estarían quizá hace unas horas cuando la noche era más joven. Les extrañó ver a ese chamito, sentado en una  acera alta, mirando el aslfato. Se detienen ante él, tratan de reconocerlo.

- ¿Y quién sois vos? - Le preguntan, sin más, al muchacho, el cual no responde ni se mueve. - Chamito, que quién sois vos, te estoy preguntando. ¿No me 'tais escuchando?
- Se te está haciendo el güevón - responde el que tiene el celular en su mano - vamonos, loco, que ya terminamos el trabajo. Quedase por aquí es llamar al diablo, loco. Vamonos.
- Ya va, ya va. Que quiero saber quién es el pana -dice señalanado, con sus dos manos abiertas, al pequeño aún sentado y en silencio - Panita ¿No   me    estáis    escuchando? - Dice cada palabra con pausa, y con cada pausa empuja la cabeza del niño hacia abajo, con violencia y desdén.

El pequeño voltea hacia arriba y los mira: sus ojos están como mirando más allá, desenfocados. Abre la boca, lentamente, despegando sus labios con gran esfuerzo. Intenta decir algo, no sale nada. El aire apenas pasa por su boca y hace un ruido rasposo, como rompiendo mientras va llegando a los pulmones. Está pálido, y parece somnoliento. Va a caer en cualquier momento, piensan. La pareja de atracadores, sin decir nada, intenta irse antes de tener que ver con lo que sea que le pase al muchacho; pero éste empezó a toser frenéticamente, sin preocuparse por tapar su boca: dispara moco y demás regalos para los ladrones. El más alto de ellos recibe la mayor cantidad de moco y saliva. Pasmado, mira al muchacho. Su cara, sucia, mezclada entre sudor, saliva, moco e incredulidad, se queda fija en el pequeño. Le salta encima y le clava sucesivos golpes en la cara. Sangre chispea la acera, su cara; empapa su puño en la cara del muchacho. El otro lo empuja y lo mira con una inmensa rabia.

- ¡Vamonos, güevón! - Le dice exaltado, pero sin alzar la voz para que nadie saliera a mirar.

Corren, mientras detrás de ellos queda el cuerpo de un muchacho y un hueco de sangre y dientes por cara. El dedo del medio de la mano izquierda se mueve espasmódicamente, luego la mano derecha entera, el torso, tiembla, sube, cae, sube de nuevo, se retuerce, se acomoda, se sienta: en el mismo lugar y en la misma posición. Su cara abierta derrama la sangre en el piso. Y allá, volviendo a través del calor, los muchachos han dejado el tema, Andrea se ha unido a ellos, se ríe de sus chistes mientras escucha música, los muchachos hablan, ríen, los malandros corren, llegan a sus casas, sigue el calor, y Maracaibo se va poco a poco a la mierda.



Canción: