29 de agosto de 2011

Capítulo 14: El Procedimiento Ortega II

Día 4: Tarde, temprana.

Sé de nuevo un Alejandro Ortega en tu casa y refugio. Confirma que lo que siempre ha sabido como peor escenario se ha hecho realidad en tan solo cuatro días: mañanas y noches que has pasado calculando posibilidades con toda tu familia, ahorrando comidas, agua y electricidad, reuniendo todo lo útil para la estadía en el refugio y todo lo necesario para una posible evacuación; mañanas y noches en las cuales habrás estado pendiente de las noticias de la radio y televisión, y hasta de los medios no convencionales, sin mucha esperanza en soluciones finales. No te confíes de los informes oficiales, no te confíes de los refugios alternativos, no te confíes de las salvaciones gubernamentales, ríe un poco por dentro, un poco por lástima, del pobre refugio del liceo Lucila Palacios al que te invitaron hace poco, al que llamaron seguro e impenetrable, y que ahora es festín de sobras para los pocas alimañas que sobrevivieron a la matanza. Ríe un poco porque sabías lo que sucedería, ríe un poco porque has leído esto, y ya estabas preparado, llora un poco porque no todos tus amigos lo estaban.

Piensa en tus amigos. Los habrás llamado regularmente en los días que has pasado en tu casa, y a los que no has llamado has contactado por medios electrónicos. Maurizio está bien, Marly está en su casa ahora, Anita salió del estado por un asunto del trabajo, no te logras comunicar con Joy y temes lo peor ya que sabes a lo que estuvo sometido su edificio, Porras no está en Venezuela, Alberto tampoco pero te llama constantemente para estar enterado del proceso: te cuenta que allá no se sabe nada de los detalles de lo que ocurre; te alegras por los que están bien, lloras ya la pérdida de los que no has sabido nada. Son tus amigos, son tus hermanos, pero sabes que si te los encuentras caminando erráticamente por la calle, ya no son ellos. Les harás el favor que querrías que te hicieran a ti si fueras tú el infectado.

Anótalo todo: el primer día y los infectados lentos y torpes, el segundo día y su hambre descomunal, los puntos débiles no focalizados, la actitud errática, la costumbre por subir a los lugares más altos y quedarse ahí. Anota también lo que has descubierto observándolos desde tu balcón: no sabes aún qué sentido usan, pero no estás seguro de que sea la vista o el oído; se están haciendo más pálidos cada vez; no les gusta el sol del medio día, pero pueden estar en cualquier luz que no sea demasiado fuerte; no le temen al fuego, a las linternas, ni a ninguna fuente de luz que no sea el sol, a pesar de que les desagrade estar iluminados; se están moviendo más tiesos y más rápidos cada vez, como una araña de cuatro patas heridas; no les importa caerse, lastimarse o que los lastimen; solo caen cuando se desangran hasta cesar sus funciones, si es que mueren; nunca has visto uno que no tenga nada de vida en sus ojos y temes eso; y finalmente: son feos, cada vez más y más feos.

Termina de almorzar el pancito con atún que te preparó tu mamá mientras piensas en estas cosas, mientras tratas de atar cabos: han cambiado, y siguen cambiando; nada asegura de que este sea, en sí, el estado final de esta enfermedad. Límpiate la boca, sube a la terraza de tu casa. Ahí estará tu hermano haciendo lo mismo que querías hacer tú. Chequean juntos el portón de la urbanización cerrada en donde viven. 15 infectados intentando entrar: meten los brazos, intentan meter la cabeza a través de la reja, muerden la reja, se muerden de vez en cuando, vomitan. Frente al portón hay una piscina verde de vómito lemnoso. Temes las posibilidades de contagio.

- ¿Ta todo listo, Gordo?
- No sé, papi está preparando las cosas.
- ¿Y los niños?
- Con mami y Mónica.
- ¿Viste que jugamos ayer otra vez a Star Wars?
- Sí – sonríes – y esta vez él era Darth Vader.
- Sí chico. Tan chiquito…

Leo, tu hermano, no completa la frase. Tú ni ganas tienes de que lo haga. El lado oscuro ahora es verde y está en el portón de tu casa, amenazando todo lo que conoces y amas.

- Yo creo que papi ya está listo – Di, y ve a revisar.

En el garaje tu papá está pasando lista de todo lo que va en la camioneta. Revisas la lista: Alimentos no perecederos, mucho atún, linternas, pilas y más pilas, radio de pilas, varios objetos contundentes y armas, ropa, varias cobijas, un par de camas inflables, la cámara, celulares y cargadores, dinero en efectivo y tarjetas, y otras cosas más que aún no estaban marcadas. Decides ayudarlo a completar lo que falta.

- Traete el pote de carne, y tu arco – te dice.

Buscas primero el pote de carne, está en la cocina: un pote sellado de carne podrida que preparaste como señuelo en caso de encontrarte en una diatriba. Sabes bien que los infectados no diferencian entre carne viva o muerta, carne humana o animal: tan solo quieren clavarle sus dientes a algo. Pesa, el pote. Mételo en la camioneta. Ahora busca el arco, está en tu cuarto. Piensa que es la mejor adquisición que has tenido en tu vida, y que la técnica de arquería es la mejor habilidad que tienes ahora. Revisa todo lo que hay en el estuche: 12 flechas, el arco desarmado y el limpiador que has preparado: un cilindro de goma espuma recubierto en plástico que has preparado con cloro y alcohol, no importa la infección que tenga la flecha, no sobrevivirá al pasar por ese limpiador. Ten 3 de estos de todas formas.

Ya estás casi listo, ya todos están casi listos. Revisa tu celular y llama a Marly, dile que vas saliendo. Tranca la llamada y date cuenta de la llamada perdida: Vicky. La llamas y te das cuenta de que se te ha adelantado. Ya está en la cola inmensa que hay para salir de la ciudad por el puente sobre el lago. Mierda, dices. Apura el paso.

Camioneta lista, equipaje listo. Calientan los dos carros en los que saldrán tú, tu hermano, tu mamá, tu papá, tus dos sobrinos, su mamá, tu hermana y el novio de tu hermana. Sales a tu misión, encomendada a ti desde que se te ocurrió el plan de evacuación. En la calle de la urbanización te paras frente al portón con el arco ahora armado, lo dejas a un lado. Tomas una flecha, te acercas al portón. El ruido de los infectados se hace más frenético. Tu mamá está angustiada detrás de ti, lo sabes, pero no hace el más mínimo ruido. Tu papá está mortificado en el carro, lo sabes, pero espera callado tu operación. Solo escuchas el gargajeo eufórico de los lemnosos en el portón y el sonido de los dos carros. Aprieta tu flecha, acércate al montón de brazos y, con cuidado, clávala entre la ceja y ceja del infectado más cercano. Sentirás el cráneo romperse con resistencia, y luego la flecha adentrarse en lo que fue el gelatinoso órgano de pensamiento, que ahora desprende un desagradable olor al sacar la flecha. Caerá al instante en un ataque epiléptico y se dejará de mover. Aléjate ahora de la cerca. Limpia la flecha. Uno menos, faltan 14. El sonido de dos carros, los gargajeos y tú. Repite la operación, cae otro. El sonido de dos carros, gargajeos y tú, otra vez, cae un tercero, y así un cuarto, un quinto, y el sonido de un tercer carro. Te volteas, siguen ahí los dos carros de tu familia, listos para salir, no hay más en la urbanización. Mira entonces más allá del portón: un carro se acerca por la plaza, esquiva infectados y acelera a la urbanización. Mierda, di. Mierda, es. Es un carro conocido, un carro de la urbanización, un carro de un vecino que va llegando a su casa, al fin, luego de haber escapado de quién sabe qué horrores, y que esperas, no sea tan imbécil como para activar el portón eléctrico desde su carro con el control. No seas imbécil, di. Marico, no. Ay marico, no. Aprieta la flecha, y alguna otra cosa que puedas apretar, el portón se activa.

Te volteas de inmediato y corres a la camioneta. La puerta se abre y saltas dentro. En la camioneta abraza tu hermana, y busca el pote de carne. Tenlo a mano.

El portón abierto sirve de alivio a los infectados que ahora entran, los 9, los 10, los más, y como los dos carros de tu familia ocupan la calle ni ustedes pueden salir, ni él puede entrar. Cornetas, infectados, vómitos, cambios de luces. Ten miedo, ten más miedo que eso. Lo sabes, no puedes salir si no se resuelve esa situación inmediatamente. Resuelve esa situación inmediatamente. Necesitas tu arco, necesitas tus flechas, y tienes la carne en la mano.

Toma una bocanada de aire. Abre la carne podrida, saca un pedazo, abre el vidrio y lánzalo. Los 3 o 4 infectados que estaban encima de la camioneta saldrán tras él. ¿Visión, olfato? No te da tiempo de pensar. Corre, ignorando los gritos desde la camioneta. Corre duro, y toma el arco, las flechas, y apunta hacia el carro entrante. No se mueve. Mierda, di. Mierda, es. Corre de nuevo al carro y lanza, duro, más carne podrida. Caerá apenas en la piscina de vómito. Infectados se concentrarán frente al carro entrante, el cual tendrá pánico y saldrá de ahí en retroceso.

- ¡Arrancá! – Dile a tu papá. "Pa que sea serio" piensa, y respira.

Pican cauchos, pasan sobre la montaña de cadáveres. Se siente como el peor hueco en el que han caído. Se siente como pasar sobre un montón de frutas que se destripan y derraman sus jugos. Ya saliste de ahí, de tu casa. Respira. Todavía huele a carne podrida.

Tu hermana te da crema para las manos, pero aún no se va el olor. Piensa que esa podredumbre es inevitable ahora, en cualquier parte de la ciudad. Recuéstate, respira más. Recuerda, casi con una sonrisa, la banda sonora de aquel juego apocalíptico, Fallout, y búrlate a tus adentros de lo preciso del recuerdo. Mira hacia tu vieja casa y despídete, ahora sorpréndete, los cadáveres, agujeros en la frente y todo, se están levantando. Definitivamente la infección está empeorando.



14 de agosto de 2011

Capítulo 13: Para cerrar los ojos

Día 4:  Madrugada

“No hay ciudad que resista esto”, se lee en la pantalla de un cuarto oscurísimo e inmenso en el que está sentada la figura de un hombre gordo, inclinado hacia la computadora, a punto de tragarse los pixeles. La boca semi-abierta, la mano ávida moviendo el ratón se levanta y vuelve al teclado como quien vuelve al hogar y vibra, teclea, cambia al mouse, click, click.

Detrás del hombre se levanta la sombra y la soledad. La tenue luz del monitor apenas alcanza a chocar con la figura obesa, poco logra iluminar el entorno. Aún así, con poca luz y todo, se dibuja el contorno de un montón de aparatos grandes, con pantallas también, apagados. ¿Fuera de servicio, quizá?

El techo altísimo no mostraba rastros de luces, las paredes no alcanzaban a reflejar nada, el único sonido era las ocasionales teclas y la marcha de click.

Abre una decimoquinta pestaña en el explorador, teclea www., se queda pensando, se estira, sus huesos se acomodan, vuelve a la patética posición y termina de escribir twitter.com. Inicia sesión: SoslemnaMCBO, contraseña… ********************. Revisa los DM, usuario por usuario. Click.

alexcucho:¿Dónde estás? Necesitamos refugio. Hay infectados en la zona norte ya. ¿Cómo llegaron tan rápido?

No da respuesta. Click.

Mulleriot: AYUDAA!!! MI TIO ESTA INFECTADO QUE HACEMOS???

No da respuesta. Click.

Bitterdani: Hace mucho que no publicas ¿Te infectaron?

No da respuesta. Click.

Soykenny: Hay posibles infectados en la zona sur. ¿Pa’ donde agarramos, mijo?

No da respuesta. Espera un poco, observa la siguiente casilla de DM. La foto de Cecilia mirando de perfil parece viva a través de los pixeles. Click.

Cecilinta: Sé quién eres. Ayúdame. Estoy sola.

Observa entonces también su respuesta. La respuesta a la respuesta, revive el diálogo.

SoslemnaMCBO: Ve a la esquina del Bingo Maracaibo con 9b, te espero ahí en media hora.
Cecilinta: no tengo media hora.
SoslemnaMCBO: No tengo cómo buscarte, ve ahí entonces lo más pronto posible.
Cecilinta: ok.

Se levanta de su silla, camina en la oscuridad, se encuentra con una puerta y sin necesitar tantear una segunda vez encuentra su perilla y la abre. Adentro duerme la figura de una mujer morena y bella. Un cuerpo fuerte que, piensa el gordo, la ayudó a escapar; unos ojos grandes incluso detrás de sus párpados cerrados que, piensa el gordo, la ayudó a verlo a él dentro del edificio; unas manos muy pequeñas que, piensa el gordo, la ayudaron a atrapar las lágrimas de saber muertos a cada uno de sus familiares. Era de esperarse, Cecilia, amiga del gordo, vivía muy cerca de Santa Lucía, golpeada el primer día.

La respiración de Cecilia era tranquila y pesada, eso le bastó al gordo para cerrar de nuevo la puerta y regresar a la computadora, en donde se sienta, toma una bocanada de aire, mano al ratón y teclado y concierto que comienza: clicks, teclas, titulares en páginas abiertas.

Zona norte infectada, residentes de San Jacinto preocupados. Maracaibo, cae el sol. Adiós, adiós, centro de Maracaibo. Se recomienda a los residentes de la ciudad de Maracaibo atender a las instrucciones de Polimaracaibo. Polimaracaibo resguarda las zonas aún no infectadas. “Enfrentamientos y riñas no resolverán nada” afirma jefe de Polimaracaibo. Guardia Nacional interviene en delicada situación de la ciudad. Trabajan en una cura en el Hospital Universitario. Infectado Hospital Universitario. Refugio habilitado por el gobernador Pablo Pérez en el Lucila Palacios. No se descarta infección por comida de calle. Masacre en Ateneo Pop. Muere un niño de 4 años en pánico del Sambil Maracaibo. Gobierno Central se rehúsa a pronunciarse hasta tener una solución. Gobierno Regional acusa a Gobierno Central. Chávez asoma la posibilidad de que sea un ataque biológico. EEUU se pronuncia sobre la infección Lemna. "No salen al sol" anuncian autoridades médicas. Evitemos alturas y lugares oscuros.

Nada nuevo.

Decide agarrar su teléfono, conectado a la computadora, y marcar.

Tono.

Tono.

-¿Aló? ¿Qué fue? ¿Qué me teneis?
-Verga chico, nada. No lo encontré.
-¿Ninguno?
-No
-Verga… Buej, qué más coño. ¿Y cómo está todo? ¿Estáis bien?
-Sí, sí. O séa, lo bien que se puede estar. La verga está fea…
-Sí, chico. Y pensar que lo decíamos en joda.
-¿En joda? En joda lo dirías vos, chamo. Yo hablaba en serio.
-Bah. Mirá. Busca la manera de regresar con comida. Pero no de poquita, loco. Comida, en serio. Traete algo. Saqueá una verga, no sé.
-Dale, voy a ver qué puedo hacer. Mirá. ¿Cómo está Cecilia?
-Bueno, chamo. Al menos ya está durmiendo.
-¿Sí? Verga, qué bueno.
-Sí… Lo de ella fue feo, loco. Y uno, que conocía a sus padres y vaina.
-Verga sí, loco. No me imagino.
-Bueno chamo. Venite pues, que es tarde.
-Dale.

Tranca. Se recuesta en su silla, inhala, exhala, vuelve a la computadora, revisa las cuentas de twitter. Pasa de largo lo que no le interese, se concentra en los tuites que aporten información.

@Kathizhitaxx: Los zombis están reaccionando distinto. Tengan cuidado. Están más violentos.
@:Ninua YA NO SON LENTOS
@Miranda486: Mataron a mi perrita cayéndole encima y se la comieron. :(
@ApiOcumo: Se muerden entre ellos, muerden paredes, árboles, muerden lo que sea.
@Alicia_1908: No hay zonas seguras. Hay que escapar.
@Conniewtf: ¡Al puente! ¡Hay que ir al puente!
@Republikzuliana: Zona sur, Zona norte, centro, la limpia, la curva, el km4, y más que todo cada centro médico está infectado.
@anipeto: ¿@chavezcandanga no dice nada? O sea, tiene cáncer, sí, pero nos están matando!
@elfirijullo: El puente está cerrado, los GN lo tienen controlado.
@exodus: El puente está abierto, están dejando pasar a los que no estén infectados.
@Fabititas: No hay carritos, los conductores temen a los infectados.
@Kuferd: Empezaron los saqueos.
@dwilf: Lemna, aunque sean varios, o muchos, llamémoslos la lemna, a todos.

Ante la marea de tuites, el gordo coloca las manos sobre el teclado, y con tristeza escribe:


SOSLemnaMCBO: Esta es una noche muy muy oscura para Maracaibo.

Aquel tuit sería profético y de plumas negras.

La noche parece tocar una tonada triste, un piano de despedida que arropa los hechos, la sangre derramada, la duda de si mañana saldrá el sol. Despedidas, sí, se escuchan a lo largo y ancho de la que fue la tierra del sol amada: Vanesa, en su edificio, no se esperaba que la lemna rompiera la puerta y el portón, devoraran al pobre conserje, subieran por las escaleras a darse festín en cada apartamento y la obligara a despedirse entre la sangre derramada de su madre y su hermano; Yaruska miraba al cielo en donde estuvo alguna vez el sol mientras cabezas podridas mordisqueaban las entrañas del feto en su vientre; Bianca corría por toda la avenida 20 de Maracaibo, y sudaba, y se agotaba, mientras la horda hambrienta no descansaba en su persecución; Miguel se levantaba y dejaba por primera vez sin comer su hamburguesa en la mesa para huir de la masacre en Rápido y Furioso; Maru intentaba llamar mientras la atrapaban en el baño de Bibas, su novio no contestó; Johana besó a sus gatos y los encerró en su closet mientras escuchó que se rompía el seguro del apartamento de su abuela; Keyla estaba de visita, gritaba, estaba de visita, de visita, ella ya no vivía aquí, y ya no viviría; así tu amiga también murió, así también tu conocido, el chamo con el que saliste aquella vez, aquella chama fea, decías, y que te buscaba, ahora está entre los dientes de algún podrido lemnoso que también se comió a tu mejor amigo, a tu hermana, a tu hermanastro, a tu madre, a su padre, y al bebé.

No, no te lo esperabas. No, no es como te lo contaron. No es como se lo esperó Roberto, al ver el tuit, llegar a casa de Andrea y encontrarla abierta, sin tía y sin madre. Se bajan Estiven, Hermócrates, Andrea, Virginia y Maara. El guardia se lleva el carro y afirma que, ya que él lo prendió…

- ¿Dónde están todos?
- Estoy llamando a tu mamá al celular, Andre.
- … Sí, ok. Dale – responde desconcertada.
- ¿Y esta vaina? – Hermócrates está igual de confundido.
- No contesta.

La casa vacía, sin rastro de ataque, parecía dormir en silencio. Prenden todas las luces, iluminan los pasillos, la sala, la escalera. Se sientan un momento, mientras llaman y piensan.

Roberto aún no logra contactar a su familia.

Estiven no tiene cómo llamar a su mamá.

Hermócrates busca en cada cuarto de la planta baja ¿Será que están en los cuartos de arriba?

Andrea se hunde en el sofá, queriendo ahogarse en la tela.

Virginia escucha el tono en su celular.

Tono.

Tono.

- ¿Aló? Papá – llora - ¡Papá! Coño al fin, papá. Sí, papá, estoy bien. En casa, de… Cálmate, sí. No, nada. En casa de Andrea. Sí, todos. Bueno, luego te cuento. ¿Me voy para allá? ¿El puente? Sí, yo creo que no hay problema… Sí… tienes razón. Sí. No y no sé si me pueda mover tampoco. Mañana, yo creo. Yo les comento y te llamo ¿Sí? ¿Cómo están todos? Coño papá, qué bueno. – Llora más – Sí, mañana, papá, yo te aviso ahorita. Sí. Un beso papá. Un beso a todos. Te amo.

Tranca. Llora y sonríe. Roberto sonríe con ella y se sienta a su lado. La abraza.

- Cónchale Roberto – se le entiende entre sollozos – o sea, yo sabía que estaban bien, pero escucharlos – llora.

- Sí. – Roberto suspira – me imagino.

- ¿Lele? – Pregunta Maara, que ve preocupada el llano de Virginia. Esta no le responde. Maara resuelve por sanarla, sobándole la cabeza. Virginia se la monta en la pierna y la abraza.

En eso, Hermócrates sale del lavadero confirmando que no hay nadie en la planta baja, y cuando se dispone a subir los pasos de alguien que baja por las escaleras lo paran en seco.

- ¿Mamá? – Pregunta instintivamente Andrea

El gordo se ha cansado de estar mirando la pantalla, el cuadrito en blanco, saber que no puede tuitear nada que vaya a ayudar a sus lectores. Que no puede salvarlos. Que la vaina está ya muy jodida. Que debería despertar a Cecilia e irse para el puente, a las ya, con ya minutos; pero no. Ella ha pasado un día duro, él tiene mucha hambre, y quiere dormir. ¿Pero cómo dormir? Maracaibo no duerme, agoniza, y teme cerrar los ojos. Teme no abrirlos de nuevo. Él también teme eso, y para cerrar los ojos necesitas no tener ese miedo, o necesitas estar tan apaleado por el cansancio que no te quepa ningún sentir. Cerrar los ojos, así como Cecilia, tranquila al fin, es algo que Maracaibo haría una última vez, y no hoy.

- No – responde Hermócrates acercándose al grupo, - esos pasos… son muy pesados.