25 de septiembre de 2011

Capítulo 16: E-mail



From: parinisos3997@gmail.com
To: chronogirlffxii@gmail.com

¿Te acuerdas cuando me decías que le diera comida al pez? ¿Qué movía la cola como si tuviera hambre? Hoy ha estado toda la noche así, y parte de la mañana.

No, no he dormido. Quién podría dormir en un momento así. Me he dedicado a, finalmente, acomodar el desastre de cuarto que tengo. Hice todo lo que me dijiste que hiciera: los libros están en su lugar, los dvd están ordenados por año y director, acomodé los papeles que estaban sueltos en carpetas según su utilidad, los cds viejos que ya no escucho los boté, arrugué y rompí las fotos y recuerdos por los que tanto peleamos. Papeles resultaron ser, papeles y nada más.

El amanecer estuvo rarísimo. Recuerdo que cuando niño me levantaba tempranito, cuando todavía no había salido el sol, para llegar temprano al colegio, y los pájaros empezaban a cantar justo cuando me montaba en el transporte. Hoy, en cambio, llegó la luz del sol a las ventanas y no cantaron los pájaros. Debió ser por los gritos.

No te preocupes, Mariana. Cerré toda mierda. Al final de cuenta es como decías. Estamos solos y sólo solos podemos sobrevivir en los momentos de crisis. ¿Cómo es que decías tú? Ah. “Somos amables mientras sea amable el tiempo”. Sí, bueno. Algo así.

No le abrí a nadie.

Gritaron en mi puerta y no le abrí a nadie.

Gritaron en la casa de Andrea, la vecina, y no llamé para averiguar.

Los gritos, Mariana, eso sí. No importa lo alta que tuviera la música, eran horribles. Como cuando un carro pisa un perro en la calle. Así de feo, Mariana. Y no sirve pensar que son perros. Son personas, a las que les están clavando los dientes, a las que sus propios familiares y seres queridos les están chupando las entrañas.

No sé si se habrán salvado, los que estuvieran en casa de Andrea en la madrugada. No me asomé. Pero en temprano en la mañana escuché un carro salir a toda velocidad.

No sé tampoco qué dirán las noticias allá, Mariana, pero la vaina está muy lejos de estar controlada. No se puede salir a la calle, no se puede uno asomar por las ventanas, no puedes ni siquiera comunicarte porque la mayoría de las vías están cortadas. Además de eso, yo me cansé de buscar cuando empezaron a decir el mojón de que están a punto de controlar la epidemia.

Qué molleja e mojón.

Qué bueno que no estás aquí Mariana. No creas, te extraño. Hago estas cosas en mi última noche en esta casa porque te extraño, porque te llevo conmigo.

Con esto quiero decir que te perdono. Que ya no importa. Que de hecho es una bendición que te hayas ido con él, porque él vive en Caracas y la mierda comenzó fue aquí. Sal de Venezuela, Mariana, aquí no van a controlar esta vaina. Esto se lo llevó quien lo trajo.
Qué importa, de todas formas, a estas alturas no importa nada.

No sé si te pueda volver a escribir Mariana. Intentaré salir de aquí.
Ya no tengo comida, y los mercados cercanos están saqueados.

Voy al puente, voy a intentar ir a Caracas, o del país.

Te amo.

Ah, sí. Le dejé comida al pez antes de irme.

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Paris González

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12 de septiembre de 2011

Capítulo 15: Historia de una hormiguita


 Día: Días atrás


Aún había Maracaibo y pastelito en la Universidad del Zulia cuando el profesor Pérez daba la clase en Biología. A pesar de lo mal acondicionado del salón, y de lo sudado de su frondoso bigote, no disminuía el vigor con el que contaba su historia: 

 - Verán. El Ophiocordyceps es agresivo, y parece sacado de la ficción del cine más burdo y barato. ¿Se imaginan ustedes ser una hormiga feliz de su colonia, haciendo lo que felizmente hace cualquier hormiga? Despiertan una mañana y apagan el hormidespertador, saludan su afichito de la hormiga reina en tanguita y salen a trabajar. En el camino, de repente, se encuentran con una lloviznita rara. Ah, claro. Les extraña. La única lluvia que conocen es siempre apocalíptica, con tamañas gotas acaban siempre sin colonia a la que regresar. Esta lluvia, que ven ahora, es fina. Finísima. Y cae lento, cae suavecito, como bailando bachata. No le prestan atención. ¡Son hormigas! Deben hacer su trabajo. 

 Siguen su camino, siguen trabajando, cuando de repente, ya no quieren hacer su trabajo. ¿Saben qué? Esto de llevar comida es pesado. ¡Y aburrido! Nah, me voy a salir de la fila. Y se salen de la fila. Y empiezan a caminar de aquí, para allá, de allá, para acá, y ya no quieren volver a la colmena. Quieren, en cambio, pasearse con sus amiguitos. Ah, pero no tienen amigos que los acompañen. ¡Simple! ¡Busquemos amigos! Y buscan amiguitas hormigas para que se salgan de la fila. 

 Al principio, las amiguitas no escuchan, pero como todo, siempre hay otro que rompe la fila que lleva a otro a romper la fila y bueno: se forma la parranda. Hormiguitas desnudas por aquí, chupando ron por acá. En fin. Se forma la locura. Pero como todo en la vida, cuando la cosa se pone buena, llegan los pacos – el alumnado se ríe – y joden la vaina. 

Las hormigas soldado te llevan lejos de la colmena. Saben que te pasa una vaina rara, por instinto, aunque no están seguras de qué. Te llevan lejos, pa que no contagies a más hormigas con tus ganas de fiesta. Pero ya es tarde. Ya tienes amiguitos. Ya no te preocupa, sabes que te encontrarán. Así que decides hacer otra cosa: decides subir una rama. De pronto sientes la extrema necesidad de ir a un lugar alto y dormir ahí un rato. Lo haces, sólo que al llegar arriba y dormir, no despiertas más. Tu cabeza se rompe, y de tu cabeza sale un hongo que, mira qué sorpresa, empieza a botar esa lloviznita con la que te habías encontrado. Ay, recuerdas la colmena, la hermosa y gordota reina; todo lo que ya no verás. Ya lo sabes, ya no eres una hormiga. Eres ophiocordyceps, desarrollado. Un hongo con forma de cadáver de hormiga, y nada más. 

- ¿Y cómo se salva la colmena del hongo? – pregunta un alumno 

- No se salva. Verán, los soldados detectan a la hormiga una vez el hongo está avanzado. No hay mucho que hacer. Por si fuera poco, lo alejan de la colmena, pero no de los caminos por donde transitan los obreros para conseguir comida. De alguna manera u otra habrán más hormigas enfermas. 

 - ¿Cómo es que el hongo controla a la hormiga? 

 - Pues, la teoría dice que no la controla. Desinhibe y regula ciertos instintos a su favor. Es terrible, en realidad. 

 - ¿Siempre se aloja en el sistema nervioso? 

 - En el cerebro de la hormiga, sí. Se ha visto en la médula de otras especies, en algunos peces… 

- ¿Se puede pasar de especie a especie? 

 - No, no, no. Imposible. El hongo desarrolla una cepa para una especie en específico, se necesitan años de mutación para que pueda desarrollarse una nueva cepa que afecte a otra especie. 

 - ¿Y a humanos? 

 - No, para nada – sonríe el profesor mientras limpia sus lentes, - a nosotros Dios nos dejó quietos cuando nos empaquetó el cáncer. Además, somos un organismo muy complejo como para que este hongo nos afecte. Se ve más que todo en insectos, en invertebrados. 

 - Pero sí se ha dado en peces… 

 - Casos raros, Andrés. Casos raros. Ya te había dicho, no puedes pretender que todo lo que veas raro en el mundo natural se hará, algún día, la norma. Lo raro permanece raro, generalmente, y por raro, desaparece. – Tras una pausa en la que hizo notar que aún tenía algo que decir, el profesor continúa – Como todo en la vida, mijo. 

 - Preofe, ¿Por qué buscan la altura? 

 - Ah, bueno. Pues, eso es interesantísimo: es como si el hongo pensara… ¿Cómo haces para diseminar mejor las esporas? 

 - ¿Desde… la altura? 

 - ¡Claro! Es genial. Eso sin contar la cantidad de hormigas que pueden infectar por otra vía. 

 - ¿En dónde se pueden ver estas hormigas? – Pregunta emocionado un alumno. 

 - Ah, pues… Hay muchas en Brasil. Diría que es un problema de la selva amazónica… 

 - ¿No hay aquí? - Ay mija, ¿Con tanto político estáis buscando más parásitos? - La clase ríe. 

- No –responde el profesor -, la verdad es que no se puede ver aquí… Bueno, ya. Continuemos el tema.


Días después la facultad de ciencias de la Universidad del Zulia sería aún más desolada, aún más gris, aún más muerta.