25 de mayo de 2011

Capítulo 5: Maara taya


Día 2: Mañana

En el espejo del baño del Hospital Coromoto, Virginia no se reconoce. Sus ojeras le dicen que ha dormido más de lo esperado. Voltea a ver la camilla donde durmió: nada, recuerda que ella está en el baño. Ah sí. El baño. Vino a lavarse la cara y ahora ve en el espejo a una persona que bien podría ser ella, sí. Pero le falta algo. Ahí está su cabello rulo y hasta la mitad de la espalda, al notarlo se lo recoge con una cola. También están sus pecas, su piel marcada por sábanas de mala muerte, sus detestables cejas pobladas, su boca. Se toca su boca. Un dedo, dos. Esa boca. Su celular ¿Dónde está? Allá, en la camilla, con su bolso. Vuelve al espejo. Su boca, debajo de su nariz, encima de su barbilla de líneas suaves, labios justos acentuando sus grandes ojos castaños. Pestañea. Frota sus ojos. Sigue sin reconocerse.

Apoya sus manos en el lavamanos y ya ha dejado de mirarse. Abre la manilla, ve agua salir del grifo e irse por el desagüe. Piensa en su boca, no en la de ella. Piensa en la boca de él, que estuvo en la de ella, y en ella, y más allá de ella antier por la mañana. A esta misma hora, sí, ella estuvo con él. Escondidos en un refugio sólo para ellos, construido a techo de sábanas y vigas de piernas. Ahí, en ese lugar, fue la última vez que estuvo tranquila. Desde entonces le había estado pasando mensajitos varios, nada cursi, nada agresivo; lo suficiente como para arroparse con una respuesta sencilla. Nada. Ninguna respuesta. Él, ahora, debe estar con su novia, y ella aquí frente a un espejo en el cual no reconoce su propia imagen. Chasquea su boca “Qué pendejadas piensa una residente de medicina cuando no duerme bien”. Con agua en la cara rompe su somnífero pensamiento.

Sale del baño, saluda a alguien, camina a paso veloz y seguro hasta la camilla: a cada paso su pelo rebota. El celular, está donde lo dejó. No hay mensajes nuevos. Escribe rápidamente el número cerocuatrocatorcedaledale: “Buenos días. Espero que la alegría de antie…” Borra. “Buenos días. Espero que la mañana te trate muy lindo”. Enviar. Guarda el celular en el bolso. No aguanta ya las lágrimas. Saca una botellita de agua mineral, dos tragos. Suspira. Despierta.

El Hospital Coromoto está cerrado, cercado por fuerzas militares. Nada entra, nada sale. Está así desde las 12 de la madrugada, justo cuando Virginia terminaba su guardia. No la dejaron salir. Tuvo que regresar a emergencias en donde ayudó al Doctor Santeliz y a otros compañeros ocasionales a tratar con la nueva enfermedad que se infiltró anoche: trataron de descartar un posible brote de Lemna.

- Buenos días doctor
- Buenos días – responde, agotadísimo, Santeliz, desde una silla notoriamente incómoda.
- ¿Qué noticias hay? – da una mirada rápida a emergencias, no parecen haber nuevos pacientes.
- Bueno, que efectivamente la van a llamar Lemna, por lo del vómito verdoso. Avisan de una relación con un posible síndrome atáxico neurodegenerativo de deficiencia de la saciedad...
- ¿Qué es eso, doctor?
- No lo tengo muy claro, mejor ni pregunte. 
- Ah - se conforma Virginia - ¿Y qué hay con los casos de ayer?
- Encerrados en el primer piso, como se dijo.
- Ajá, pero… ¿Son?
- ¿Cómo saberlo? Aún no se ha hecho el modelo de despistaje. No es posible diagnosticarlo con certeza. Tienen los síntomas…
- Ya.
- Ah, y hay más información con respecto a lo ocurrido en el Central.
- Ajá – dice Virginia interesada
- Pues, primero lo primero: la enfermedad se salió del cordón de seguridad. Rompieron el cordón hoy en la madrugada y los infectados han salido del perímetro…
- Dios mío – Virginia se lleva las manos a la boca - ¿Pero se han reportado fallecidos, agravamiento?
- No. Bueno, no se sabe bien. No han entrado a la zona, por seguridad. Aún no se sabe el medio de contagio. Se presume la vía aérea, pero la única vía confirmada es la de intercambio de fluidos, que se da convenientemente por el cambio de comportamiento de los infectados. Se vuelven violentos a las horas de contagio, y antes han estado con un comportamiento errático, libido descontrolada. Intentan besar o lamer a quien encuentren.
- Y muerden, sí. Eso lo estaban diciendo ayer por las noticias.
- Sí. Bueno. Lo segundo es que me contó el doctor Ramírez que el patógeno puede ser un hongo o un parásito, pero que no saben cómo llegó ahí. Aquí tenemos la oportunidad de estudiarlo, con los casos del primer piso, pero ajá, no tenemos ni el equipo ni el especialista.
- ¿Y dónde está el equipo? ¿Los especialistas? Imagino que los traen para acá, siendo este el ambiente más controlado.
- No sé. No nos han dicho ni hasta cuándo nos piensan mantener encerrados.
- Qué vaina… - suspira Virginia
- Bueno, ya que estás aquí, - se estira, su espalda suena- voy a dormir yo un rato.

Se queda sola en emergencias, no le queda de otra. No hay televisor, apenas una radio vieja. La enciende, estática, mueve el dial, más estática, nada; no tiene mucho con lo que informarse. No importa mucho, de todas formas. Decide usar la única función extra que tiene su celular:

Buscar: Andrea. Enviar SMS. Redactar: “Andre, cómo está todo? Todo esto está muy raro y empeorando”. Enviar. Redactar: “Estamos encerrados en el H.Coromoto. No nos dejan salir porque aquí también hay brote”. Enviar.

Mensaje recibido, Andrea: “Cónchale Virgi la cosa en la tv se ve fea, estás bien?”

Responder: “Sí, chica. Todo bien, bajo control. Solo que no nos dejan salir” Enviar.

Mensaje recibido, Andrea: “Aquí estamos Roberto y yo. Se quedó a dormir aquí. No logra contactar a su familia”

Qué mal, lamenta Virginia para sus adentros. Responder: “Seguro que están bien” decide no decir más sobre el tema “¿hablaste con Karina?” Borrar “¿Has sabido algo de Karina?” Enviar.

El siguiente mensaje tarda en llegar. Le da tiempo a Virginia para aburrirse, mirar los reflejos de la luz, fastidiarse de tanto blanco de las paredes, sentarse, levantarse, revisar las historias de los casos que llegaron en la madrugada, no encontrar nada sorprendente, tener hambre. Recuerda que tiene un chocolate en el bolso, lo busca, no le da tiempo de comérselo: mensaje recibido “No. Llamé a su casa y me dijeron que habían hablado con ella. Que estaba bien”, mensaje recibido “que no me preocupara más, y trancaron. Lo dejo así, verdad?”

Era la primera vez que Andrea le pedía algo parecido a algún consejo. Sonrió, y escribió “Sí, mejor dejar así. No vaya a ser” No supo cómo continuar y decidió enviarlo.

Estuvo rato entretenida con el chocolate. La hacía pensar en otra cosa, en otro color al menos, que el fastidioso blanco de la sala de emergencias. Ahora que lo piensa, esa sala es muy tranquila de noche: no viene casi gente. Ha de ser porque el Hospital Coromoto fue por mucho tiempo una clínica, y ubicado donde está ubicado, una muy cara. La gente no debe estar acostumbrada a los nuevos servicios gratuitos del Coromoto, y no asisten tanto. Sí. Esta sala no tiene casi gente en las noches, pero ahora es media mañana, y ella está aburrida. Jurunga un poco más la radio, una emisora am: ¿Qué canción es esta?

Mensaje recibido. El pito resuena en la sala vacía y despierta a Virginia ¿Cuánto tiempo estuvo dormitando? ¿No ha venido nadie? ¿Ni otro doctor? ¿Ni al menos un militar o guardia que se haya quedado dentro? De la radio no salía sonido alguno. Revisa su celular. Él: “A ti también”. Las letras negras flotaban en el fondo verde de su viejo “potecito”. Quería responderle ¿Pero qué? ¿Qué quería responderle? No, no podía decirle eso. Tampoco eso otro. ¿Y si no está solo? Sus dedos se pasaban de una tecla a otra. Busca a Andrea, le escribe “Andre ¿Ya contactaron a la familia de Roberto?” Eso, otra persona, otro tema, otra cosa en qué pensar.

Mentira, sigue pensando en él.

Mensaje recibido. ¿Él? Claro que no. Andrea: “Nada, chama. Pobrecito”

Responder: “¿Y cómo está Rob?

Mensaje recibido, Andrea “Normal, si supieras. Está ahí tranquilito. Dice que sabe que están bien, y tal”

Qué bueno. Responder “Andre…”

La puerta se abre de golpe, a Virginia no le da tiempo de responder nada: un joven soldado entra llevando a una niñita del brazo. Lloraba desesperadamente.

- Dotora, la niñita ésta ta enferma.
- ¿Qué tiene?
- La vaina esa que está dando.
Virginia toma rápidamente un tapa boca y se lo ajusta antes de acercase a la niña.
- Déjela aquí. ¿Sus familiares?
- No los dejamos entrar, el sargento no nos deja.
- ¿Y se trajeron a la niña sola? Con razón. Pero ajá, yo necesito a sus padres. Necesito los datos de…
- No dotora, su mamá la dejó y se fue.
- Cómo va a ser… - Virginia se acerca a la niña. Es una pequeña wayuu. – Bueno, ya qué. Déjela aquí – se le ocurre entonces preguntar - ¿Oiga, y cuándo nos piensan dejar salir?

El soldado hace caso omiso, a este y a demás llamados de Virginia. Se retira, no dice más. Frente a la doctora ha quedado la sollozante niña wayuu. La arropa un vestidito de un rosado desgastado que quizá alguna vez fue rojo, aparentemente lo único que viste. Ositos, son ositos en el estampado.

- No llores más, bonita – Consuela Virginia desde la maternidad que no vive– no llores. Te vez más bonita cuando no lloras, ¿no te han dicho?
- Sí- dice la niña, aunque hace una negativa – sí, sí.
- ¿Sí o no?
- Sí – vuelve a negar con la cabeza. Esto le saca una sonrisa a Virginia y a la vez a ella
- ¿Ves? Así te ves más bonita
- ¡Sí!
- A ver ¿Y cómo te llamas?
- Maara – responde, tosiendo. La flema hace eco en sus pequeños pulmones.
- ¿Maara? Y cuéntame ¿Eres wayuu?
- ¡Sí!
- Ah. Mira, escucha, yo sé hablar un poquito de wayuu.
- ¿Sí?
- Ajá – asiente con la cabeza – fíjate: Maara piá, Virginia taya. – Al Virginia decir esto, Maara suelta una carcajada. Su risa parece darle color al blanco aburrido de la sala.
- ¡Sí! – Dice Maara
- ¿Lo dije bien?
- ¡Sí! – Dice Maara, negando con la cabeza y riendo.
- ¿Y cuántos años tienes, Maara? ¿Me entiendes, verdad?
- ¡Sí! – Y señala con sus dedos, 4 años.
- ¿Cuatro añitos? Cónchale, pero eres una niña grande ¿ah? Toda una mujercita.
- Sí, sí, sí, mujecita – dice Maara, mientras coloca sus manos en la cintura y se mueve torpemente de un lado a otro – Maara mujecita.
- Ajá. Y cuéntame Maara ¿te sientes mal?
- Sí – dice Maara con un puchero, se golpea el pecho, intenta toser una vez y se le van tres rugidos de pulmón – sí.
- Sí, hay que revisarte, ¿ok?

Virginia sienta a Maara en una camilla. Tose muy fuerte, pero eso no va a ayudarla a descartar la posibilidad de lemna en la niña. Toma una venda, la acerca a la boca de la enferma, le pide que tosa, aguanta los 5 espasmos de la niña y revisa: verde, flema verde.

- ¿No tienes ganas de vomitar? – Pregunta Virginia mientras señala su panza
- Sí – dice Maara, mientras se soba la panza – vomita mucho.
- Bueno – suspira Virginia – Maara, te voy a dar algo para que se te quite y luego vamos a que descanses ¿ok?
- ¡Sí! – Dice Maara emocionadísima. Salta sentada en la camilla, aplaude.
- Espérame aquí.

Virginia se conmueve un poco, pero no es la primera vez que ha tenido que engañar a un niño enfermo. Agarra unas pastillas de acetaminofen, sabe que no le harán nada. Busca ahora un vaso de agua, le lleva el remedio a la niña. Al verlo, dice:

- No, no. Eso no vomita, no – está a punto de llorar.
- No, Maara, esto no vomita. Esto te va ayudar a dejar de toser y vomitar ¿ok? Tómatelo, es bueno. Sé una niña fuerte
- No, no. Maara vomita. Vomita sí, eso no.
- ¿Quieres vomitar?
- ¡Sí! – Aplaude, Virginia no entiende.

Caminan las dos por el pasillo solitario. ¿Dónde están todos? Sí, el hospital está cerrado ¿Pero qué hay de la gente que estaba adentro? Debió haber quedado encerrada, como ella. Claro, que a la hora que cerraron el hospital, ni tanta gente podía haber. Aún así ¿Dónde están los doctores? ¿Sus compañeros?
Llegan al baño, pone a Maara frente al retrete. La niña la mira desconcertada.

- Maara no pipí. Maara no pupú.
- No, bonita. Es para que vomites ahí.
Maara observa el inodoro. Sigue sin entender.
- Maara vomita.
- Ah no Maara, aquí es donde puedes vomitar. No puedes vomitar en otra parte.
- Maara vomita – insiste la niña mientras señala su boca abierta: hambre.
- ¿Gomitas?
- ¡Sí! – Maara aplaude, al fin la tonta que tenía enfrente entendió.

De vuelta en la sala de emergencias Maara come un chocolate mientras Virginia termina de responder mensajes a Andrea. No ha respondido el mensaje a él, no lo piensa responder aún. Ahora sí tiene algo en qué pensar: Virginia no era Virginia cuando trabajaba, Virginia era médico, y no podía tener problemas emocionales cuando tenía pacientes. Su paciente. Pobre Maara, tenía que encerrarla en el primer piso con los demás infectados. Espera. ¿Por qué? No tiene ganas de vomitar. Maara tenía hambre, y además, ha pasado suficiente tiempo con ella como para observar cambios de comportamiento; Maara no tenía ninguno: saboreaba su chocolate con toda calma y placer. Decidió chequearla una vez más.

- A ver Maara, quiero que te quites el vestido para examinarte una última vez ¿sí?
- Sí – dijo Maara. Parecía habituada al contacto médico, cualquier otro niño hubiese chistado, al menos.

Se quita la ropa. Una mordida en el omóplato, pequeñísima, pero no parece humana. Virginia se la toca y la niña se queja: es reciente.

- ¿Y esto Maara? ¿Qué es?
- Dato
- ¿Gato?
- Sí, dato.
- ¿Dónde?
- Allá – dice señalando la pared. Quién sabe a dónde. Virginia trata de adivinar
- ¿Lago Mall? – La niña niega con la cabeza - ¿Tu casa? – La niña niega con la cabeza – ¿La vereda del lago? – La niña se queda pensando - ¿El paseo del lago?
- ¡Sí! – responde Maara, aplaude ante la inteligencia de la doctora - ¡Sí, sí!

Muy cerca de la infección. Mejor ser prevenidos. Mejor llevarla al piso uno. Además, sería piadosa: no la encerraría con los otros. La metería en un cuarto sola. Salen de la Sala de Emergencias. ¿Y por qué en el piso uno? Podría dejarla aquí, tranquilita. Pero no.

Ruido, suena como si estuvieran moviendo muebles en el primer piso. Un compañero corre, viene desde el camino a  las escaleras.

- ¡Devuélvanse!

No lo piensa, entra de nuevo a la sala de emergencias, espera a que su compañero la alcance y cierra la puerta.

- ¿Hay otros doctores afuera? - Su compañero no responde, está recuperando el aliento - ¿Qué pasó?
- Los demás – respira el doctor – salieron del hospital, no sé – respira – por dónde. El piso uno está en caos. Los lemnosos se están mordiendo entre ellos.
- ¿Lemnosos?
- Los infectados de lemna – respira el doctor – están haciendo un desastre, se están mordiendo entre ellos y mordiendo las camas, las puertas. No sé. No me quedé a ver. Están muy alterados. Es muy feo, Virginia. Despertamos al doctor Santeliz para avisarle y subió a tratar de calmarlos. Nos dijo que subiéramos con él, pero eso está muy feo, Virginia, muy feo.
- ¡No! - Responde alterado, está fuera de sí, en pánico. - Sale sangre debajo de las puertas, y ruido, verga...

Con la mano en la boca y Maara agarrada fuertemente de su bata Virginia piensa. ¿Qué opciones tiene? ¿Subir a ayudar al doctor? No, tiene que cuidar a Maara (o es la perfecta excusa para no tener que enfrentarse a la lemna, de frente y en pleno frenesí). Sí: tienen que salir, y tienen que salir ya. Se dirige a la puerta; el doctor no la deja salir. Ha sellado la puerta doble de la sala de emergencias rápidamente atravesándole un escritorio.

- ¿Estás loca? No abro esa puerta ni a coñazos. ¿Y si se sueltan? ¿Y si el doctor les abre la puerta? ¿Vos nos supiste lo que pasó ayer en Santa Lucía? No chama... 
- Ajá, pero y si no salimos es peor – responde alterada Virginia. Su celular suena.

Mira la pantalla verde del aparato. ¿Mensaje recibido? ¿Andrea? No, no conoce el número. Es un mensaje a varios destinatarios: “Por favor, alguien. Estoy en el H. Central. Ayuda. Urgente. Karina”.






17 de mayo de 2011

Capítulo 4: Línea del tiempo

Día 2: Madrugada

Alguien ha puesto una canción de Los Auténticos Decadentes que, no sabe, se convierte en la melodía que acompaña la madrugada. Maracaibo es escenario de una tela de araña que no duerme nunca. Ella en sí no duerme nunca, tampoco; apenas se hace la dormida guardando a sus habitantes. Dentro de las casas y en las calles de los barrios, Maracaibo vibra viva, todavía.

Un dedo enciende la computadora, otro, en otra parte, hace click. Un pulgar que inicia sesión en un celular, otro índice distinto click de nuevo, manos, la clave, asteriscos o puntos negrísimos en un recuadro blanco. Iniciando sesión. Buscar, búsqueda avanzada. Maracaibo.

@Pipopapipopa2 Ajá mi genteeeee buenas noooocheesssss quién por aquí ah?

@denizza82 Dios mío de sueño tengo. ¿Por qué no puedo dormir?

@viviana135_5 ¿Vieron lo que pasó en el #hospitalcentral hoy? Qué molleja e feo.

@Ratax_xxx @viviana135_5 Sí, vengo de comerme una ensalada allá XD

@viviana135_5 @Ratax_xxx #unfollow por estúpido

@Opato_cue_cue Ey, está feo lo de Santa Lucía. Tienen a la gente encerrada allá con la enfermedad.

@denizza82 @Opato_cue_cue ¿Qué pasó?

@Opato_cue_cue @denizza82 Sigue a @SOSlemnaMCBO. Una mutación de la AH1N1 dijeron primero, pero ahora no se sabe. Un tío me dice que es un hongo.

@denizza82 @Opato_cue_cue :O Ya lo sigo…

@melissapineda ¿?

RT @SOSlemnaMCBO Hemos logrado llegar a nuestras casas a través de una Maracaibo llena de CAOS y tráfico. La situación en #hospitalcentral sigue igual.

@Pedrosoeloso_86 ¿Alguien sabe cómo saber sobre las personas infectadas en Santa Lucía? ¿Algún listado? RT plis @SOSlemnaMCBO

@Opato_cue_cue No van a abrir el cordón de seguridad, dicen que pa evitar más contagios. Pero qué molleja, ¿y la gente de Santa Lucía qué?

@Lentesson_lentes No se pongan alarmistas. Es una gripe, no es comparable con lo que pasa en #fukushima. Por el amor de Dios.

@Ratax_xxx +10000 RT @Lentesson_lentes No se pongan alarmistas. Es una gripe, no es comparable con lo que pasa en #fukushima. Por el amor de Dios.

@viviana135_5 No seas estúpido @Lentesson_lentes, aquello es allá, eso es aquí.

@elquevallegando ¿Vieron lo de la #lemna? Los enfermos vomitan verde, como si fuera lemna. ¿No tendrá que ver con la contaminación?

@Ratax_xxx @elquevallegando Se tragaron un kilo de lemna, güevón.

@UmbertoconT LOOOL RT @Ratax_xxx @elquevallegando Se tragaron un kilo de lemna, güevón.

@Perolitass ¿Alguien tiene entrada para el concierto en Caribe Concert?

@Ratax_xxx @Perolitass No te vayai comprando tapaboca, mamita. Prendé el televisor, andá. Mirá este twitter: @SOSlemnaMCBO

@Perolitass @Ratax_xxx AINNNSSSS

@CristinaNoSejodio ¡PRENDAN EL TELEVISOR! #LEMNA

@ElDoctorNo Esta verga no es un libro….

@UmbertoconT Güevón…

@viviana135_5 :( Mi Maracaibo…

@Ratax_xxx Vamos a echarle bolas. Unas escopeticas y ya está #lemna

@Opato_cue_cue Esto está feo. Hay violencia en los cordones de seguridad. La policía no está logrando controlar a los NO infectados.

@Opato_cue_cue Si la cosa sigue así, la enfermedad sale de ahí. ¿Alguien ha visto algo más sobre la enfermedad en sí? ¿Precaución? ¿Síntomas?

@Lentesson_lentes Son unos exagerados… #LCV

@SOSLemnaMCBO Los pacientes se han vuelto cada vez más violentos, pero no hay más hechos que lamentar. Nuestros policías son héroes del día.

@Ratax_xxx @SOSlemnaMCBO #Mollejaemojón

@viviana135_5 RT @Ratax_xxx @SOSlemnaMCBO #Mollejaemojón

@UmbertoconT RT @Ratax_xxx @SOSlemnaMCBO #Mollejaemojón

@Perolitass RT @Ratax_xxx @SOSlemnaMCBO #Mollejaemojón

@denizza82 Al menos ya sé por qué no puedo dormir…

@RobertOMMM Informen, no joda. Aquí no tengo tele.

@Opato_cua_cua @RobertOMMM chamo hay protestas en Santa Lucía y en todo el cordón de seguridad. Por ahí @SOSlemnaMCBO tiene un mapa…

@Opato_cua_cua @RobertOMMM De la enfermedad han dicho que es contagiosa y que por mordidas. Pero no recomiendan tener ningún contacto con los enfermos, pues.

@Opato_cua_cua @RobertOMMM Que la están llamando Lemna por el vómito que causa, chamo. Que es muy verde. Convulsiones, también, chamo.

@Opato_cua_cua @RobertOMMM Que hay vómito, fiebre, desorientación, y algunos rasgos violentos, acaban de decir en tele.

@Opato_cua_cua @RobertOMMM Y que recomiendan no salir de las casas. Aunque no sé quién coño te sale a esta hora.

@Ratax_xxx Éste, ve RT @Opato_cua_cua @RobertOMMM Y que recomiendan no salir de las casas. Aunque no sé quién coño te sale a esta hora.

@Opato_cua_cua @RobertOMMM Voy a retuitear algunas de las vainas de @SOSlemnaMcbo

@RobertOMMM @Opato_cua_cua Gracias, pana.

RT@SOSLemnaMCBO Síntomas conocidos: Fiebre, desorientación, pérdida momentánea de la conciencia, excitación sexual constante y exagerada...

RT@SOSLemnaMCBO Mucha tos y flema amarillenta, espasmos. Si detecta alguno de estos síntomas diríjase al Hospital Central. NO VAYA A OTRO HOSPITAL.

RT@SOSLemnaMCBO Gente en la Biblioteca Pública pide ayuda, están encerrados para evitar contacto con la enfermedad #Lemna.

@SOSLemnaMCBO NOTICIAS: Apenas ahora acaban de lograr evacuar a la gente que estaba en la Biblioteca. Aparentemente todos están bien. #Lemna

@Opato_cua_cua La Biblioteca era un refugio. Si sacaron a la gente de ahí, quiere decir que la zona ya no es segura. ¿Qué harán con los no infectados de Santa Lucía?


@Ratax_xxx @Opato_cua_cua ¡NOS COMIERON LOS ZOMBIS! Jajajajaja xD

@viviana135_5 @Ratax_xxx si eres estúpido… Mentepollo, ¿Y si tenías familia ahí?

@Ratax_xxx @viviana135_5 Pero no tengo xD LOOOOLLLL

@UmbertoconT xD +1 RT @Ratax_xxx Pero no tengo xD LOOOOLLLL

@viviana135_5 DIOS MÍO QUÉ HORRIBLE GLOBOVISIÓN YA!!!!!

Los ojos se apartan de sus pantallas, la red se deshace. Ahora la atención está sobre la imagen que proyectan los distintos televisores: es Santa Lucía, lo sabes porque más allá de la gente, la policía, y los pobres diablos caminantes sin voluntad, ves la iglesia azulísima de la Santa. Meses atrás, como cada año, se había celebrado ahí la Velada de Santa Lucía. Si eres de Maracaibo, seguro que recuerdas haber ido alguna vez.

No se parece a lo que recuerdas. Quieres pensar que no es sangre lo que ves, pero manchas rojas, casi negras, adornan las casas. Algunas manos en las bocas, no quieren creer lo que ven. Otras, en el tentempié de la noche, comen mientras ven tele. Otras más siguen en el teclado, juegan algo, lejísimo de la tele o del mundo.
La voz de un reportero cuenta alterado: Santa Lucía está bajo el azote de una epidemia terrible. Los enfermos están comportándose de manera violenta, dificultando muchísimo su aislamiento y cuarentena: la infección se esparce inevitablemente. Hasta ahora sólo se ha confirmado la vía de la mordida. No hay otra forma para contagiarse. Pero, ¿por qué entonces ha sido tan fácil? ¿Tan rápido? ¿Qué es esta vaina? Todos se preguntan lo mismo ante los enfermos: caminantes, deambulantes y espasmódicos. No hay otra forma de decirlo, caminan como vueltos de la muerte, caminan sin vida, caminan estúpidos y sin objetivo más que el de esparcir su lerdez.

“Pero si eso no es un zombi, se le parece igualito” piensa para sus adentros Estiven, que ha logrado escapar de la carnicería en la casa de Yelexy. Calladito, serio, lo sigue Yefrexon. Detrás de Yefrexon están los dos sobrinos de Yelexy, los dos únicos sobrevivientes de la casa en la que acaban de estar, presumen. No hablan, no lloran. Corren. No se van a devolver a ver si queda alguien vivo en esa casa de la que, por suerte, y por infectados muy ocupados en un banquete, salieron “de verguita, loco; de verguita”. Evitan el contacto con otros infectados, con otras escenas de carnicería. “Qué vergos tan refeos” Piensa Yefrexon, tose, y luego vuelve a pensar “Vergación de refeos estos vergos”.

Uno en frente de ellos. Yefrexon saca su revólver, lo toma por el cañón y le pega un cachazo en la cabeza. Cae sin remedio, como un saco de carne seca. -¡Pa que comáis mierda, jueputa!- se le escapa a Yefrexon.

- Loco, en serio, pegale un tiro pa la próxima
- Va pues, maricón. ¿No sabéis que esta remierda no dispara?

Los niños se esconden detrás de ellos. No dicen nada. ¿Se darán cuenta acaso de lo que sucede? ¿Tan siquiera se darán cuenta de que los muchachos aquellos eran ladrones? ¿Acaso importaba ahora? Los niños no están ahí. Repiten en su cabeza la película de su tía siendo devorada. No temen, siquiera, que les suceda a ellos. Sólo ven la película una y otra vez, y corren.

Otro, corre al otro lado. Se escapan. Suben por la plaza de Santa Lucía, poblada de infectados hasta la fuente.

- No vamos a subir por ahí, ni de vaina. Un carro, loco ¿No hay un carro cerca?
- La línea de taxi. Mirá, allá ve. -  Se acercan. Carros todos desocupados. Sus dueños estarán cuidando de sus familias en las casas cercanas. Quién sabe, qué importa. Se montan en uno.
- Ajá. ¿Sí te acordáis de cómo te enseñó el Edgardo no? – le dice Yefrexon a Estiven. Éste último se queda mirando el volante. No tiene llave. ¿Qué esperaba, acaso? ¿Que la llave estuviera ahí, para él?
- No chamo… no me acuerdo.
- Ay loco. ¿Y ahora qué hacemos?
- Qué voy a saber yo chamo.
- Coñoesuputísimamadre – exclama Yefrexon, tose, respira profundo -, parate, yo creo que me acuerdo.

Todo cambio de puesto lo hacen sin abrir las puertas. No quieren tener ningún otro acercamiento a los violentos infectados que ahora se dirigen plaza arriba, hacia las posibles salidas de Santa Lucía. Yefrexon no presta atención a esto. Tose, y curucutea los cables que, gracias a unas patadas, ha logrado exponer. Esto que hace no funciona. Aquello tampoco. Eso, espera: eso sí. El carro intenta encender. El sonido no alerta a nadie, de esto se da cuenta Estiven, que mira atento por la ventana. Otro intento. Nada. Ni el carro enciende ni los infectados se dan cuenta.

- Chamo, yo creo que los vergos estos no escuchan. O sea, cómo te digo yo, no vienen cuando hacéis ruido.
- No, yo que es la gritería que tiene la gente en otros lados – tose, hace otro intento- qué vaina van a hacer con un ruido de carro.
- Bueno, sí – concuerda Estiven. Un infectado pasa cerca de su ventana – marico prende esa vaina.
- Ya, aquí es.

Enciende. Se cambian de puesto. Saben que Estiven maneja mejor, y con su pie sobre el acelerador arrancan a toda velocidad, plaza arriba. No hay obstáculos. Los infectados caminan evadibles, no hay carros transitando. ¿La hora o la enfermedad?

Llegan a la salida de Santa Lucía a Bella Vista. Hay policías, guardias, carros, cordones de seguridad, gente, protestas, gente lanzado piedras, botellas, infectados; nadie pasa a Bella Vista. Estiven detiene el carro.

- ¿Qué hacéis, güevón? ¿Queréis que nos coman en esta mierda? ¡Acelerá, que si no se quitan los pisamos!
- No chamo, no te paséis. Allá hay pacos, y gente que no está enferma – Estiven no está seguro. Por un lado teme a los infectados, pero por otro peor teme a los policías, pacos.
- Güevón te hablo en serio. Yo no me quiero morir en esta remierda. Acelerá, que esos se quitan.
- ¿Y si nos disparan, regüevón?
- No seáis tan cagao, loco. Además, tenemos a los carajitos aquí. Seguro nos dejan pasar.
Tiros. Le han disparado a una señora que intentaba cruzar a Bella Vista. No es posible saber si era o no una infectada. Una señora de Maracaibo ha caído y su sangre, a causa del desnivel de la calle, se devuelve a Santa Lucía, hacia el carro robado por Estiven y Yefrexon.
- No chamo. No chamo. No chamo. No chamo. Nos van a bajar, chamo. Nos van a bajar.
Yefrexon, tose. Piensa. Pone la mano en la manija de la puerta.
- Bueno loco. Si esto es así, entonces yo me voy con los coñitos caminando y listo. Que nos caigan a tiros en esta mierda. Prefiero que me balaceen a que me coman.
- ¡Chamo!

Yefrexon abre la puerta, pero no le da tiempo de bajarse. El rugido del motor y la aceleración lo devuelven al interior del vehículo.

@Opato_cua_cua ¡Pongan la tele! ¡Rompieron el cordón de seguridad!

11 de mayo de 2011

Capítulo 3: Hambre

Día 1:  anochecer

Andrea no estaba dormida, pero tampoco estaba ahí. El signus de su tía se movía y la llevaba sin que ella se diera cuenta. Apenas notaba la presencia borrosa de Roberto a su lado por la rodilla que a ratos, por baches del camino, rozaba con la suya. Roberto tampoco parecía notar la presencia de Andrea, o la suya propia; estaba abstraído en su iPad. No jugaba, leía su twitter. En el silencio, Andrea nadaba en sus pensamientos. Recuerdos mezclados y sin sentido lineal. Conversaciones de la noche anterior, el rostro de Karina, una sonrisa, su madre regañándola por algo: todos estos recuerdos bajaban a ella como tuiteos en una línea del tiempo. En este navegar, el silencio fue roto por la voz temblorosa y aguda de la tía.

- Ay Dios mío santo Andrea Cecilia, Dios te proteja siempre y la virgen te ampare, muchacha. ¿Y vos qué estabas pensando? ¿Pajaritos preña’os? Muchacha, ¿y si te agarraba esa mujer? Aynononononononono no lo quiera Dios nunca toca madera, hija, toca madera ya ¡hija! ¿No me estáis escuchando? ¿Andrea?
- Sí, tía – responde ella, como respondiendo a una pregunta de todos los días
- Pero es que hay que ver, hija. ¡Hay que ver! ¿Cómo los de URU van a dar clase en esa situación? ¿Ah?
- No sabían, señora Úrsula – atajó Roberto – porque el brote se conoció apenas…
- Nononononono Roberto ¿Cómo me vais a decir eso? Mirá, ve que hasta yo me enteré del brote de la bicha esa temprano en la mañana. Porque Gustavito me llamó ¿sabéis? Y me dijo que una variación de la porcina, la ajacheunoeneuno o enedos, no sé, se había solta’o en el Hospital Central. Y que era peligrosa – piensa un rato - ¿Qué más me dijo? – Inquiere, como esperando que Andrea sepa.
- No sé tía. No me contaste.
- La verdad, señora Úrsula, no creo que sea una gripe. No parecía, pues, digo.
- Pero si en las noticias lo dijeron, mijo. En Zuvisión andaban diciendo que la cosa era seria, y que los síntomas eran parecidos a los de la gripe esa. Que tosían verdecito, verdecito. Y que era peligroso el contacto con ellos. ¿Seguro que no te tosió, Andrea?
- ¿Y dijeron que mordían? – preguntó Andrea, obviando la pregunta de su tía la cual, después de pensar un momento o dos, respondió.
- Bueno, no. La verdad es que no dijeron nada de eso.
- Es raro – dice Roberto, de nuevo mirando su tableta – en twitter nadie dice nada de nada – mira ahora a Andrea - ¿Será que tuiteamos algo a ver si alguien responde?

Andrea saca su celular, abre su aplicación. Revisa. Revisa. Revisa. Nada: Karina no ha tuiteado. Tampoco nadie de su línea del tiempo ha tuiteado nada sobre el hospital. Ella se atreve a lanzar el primer tuit:
@Antesnadie No se acerquen al Hospital Central… Hay una epidemia de una enfermedad muy contagiosa!!!
Enviar.

- Ya tuitié algo.
- Sí, ya vi – responde Roberto.
- Ah, bueno. Vamos a ver si alguien responde.

El resto del trayecto es de nuevo silencioso. Andrea se vuelve a distraer en la ventana, pero no ve lo que sucede fuera. No ve los árboles, las calles, los salserines limpiando el pavimento, el Milagro vía norte. El tráfico ha bajado desde que salieron de la entrada de la vereda. Quizá esta zona no esté ni enterada de lo sucedido. “Normal, el norte es el último en enterarse”. También es el último lugar en donde pasan cosas, piensa Andrea. O quizá no. Las cosas que pasan en el norte pasan dentro de las casas.

Su casa. Está igual que ayer. Que esta mañana. No ha pasado nada. Se lo repite a sí misma: no ha pasado nada. Aquella mujer no tenía nada que ver con ella. Ella estaba separa de ese mundo y no tenía por qué empezar a involucrarse. Respira, y entra a su casa.

- Pasa, Roberto. Vamos al estudio. Quiero revisar a ver si dicen algo
Andrea está preocupada por Karina. No ha sabido nada de ella, y no puede llamarla. ¿No puede llamarla? ¿Y su casa? No tenía razones claras para llamar a su casa antes, pero ahora, con esta enfermedad en el ambiente… No, la enfermedad está controlada y en el centro, muy lejos de Karina. ¿Dónde estás, Karina?
Sentada al lado de Roberto saca a su computadora del estado de hibernación. Se conecta. Revisa sus contactos. Nadie interesante. Alguien le habla, cierra la ventana sin responder. Abre winamp. Aleatorio. Danza de los esqueletos, primera canción. Qué raro, es la misma canción de la mañana, piensa.
- Deja esa – dice Roberto sin apartar la mirada del iPad – y metete en La Patilla, pero ya.
Andrea obedece. Mientras se carga la página se recuesta un poco contra el espaldar de la silla. Su espalda suena, siente como cada vértebra recupera su puesto. Deja escapar un suspiro, cierra los ojos con fuerza, y los abre. La Patilla:

Pánico en el Hospital Central por enfermedad desconocida

Una nueva enfermedad amenaza con poner en peligro la salud de la comunidad de Santa Lucía, Maracaibo, con una rápida epidemia que se ha propagado desde la Plaza Bolívar, pasando por todo el sector Santa Lucía, hasta llegar a Pichincha. La enfermedad en sí es aún desconocida. “Se sabe muy poco sobre la infección. Se cree que se trata de un parásito u hongo que se aloja en el cuerpo, pero como no hemos tenido tiempo de examinar una muestra no tenemos datos claros. Todo ha ocurrido muy rápido” afirmó José Pacheco, residente del hospital.
Los hechos tuvieron lugar la noche anterior, cuando la rápida evolución de una enfermedad desconocida produjo un contagio masivo en los pacientes del Hospital Central. “Algunos pacientes se escaparon la misma noche del contagio, y no pudimos evitar la epidemia” afirmó …

- Blablabla – dijo Roberto – eso no. Mira más abajo. La otra nota.

En la otra nota estaba el muchacho. No supo cómo se llamaba, pero era el mismo muchacho. Lo reconoció por el cabello oscuro, largo hasta el cuello, ondulado. Los lentes, la corpulencia, la piel morena y los rasgos casi primitivos se notaban en la foto. Él estaba con las manos en alto, la cabilla estaba en el suelo, junto a la mujer. Andrea deslizó rápidamente sus ojos por la lectura; se concentró cuando leyó los hechos:

… reportero. Afortunadamente, el Ortega hirió a la víctima en la pierna y no hubo sucesos que lamentar. No opuso resistencia ante la policía durante el arresto. Fue trasladado inmediatamente a la Comandancia de la Policía Regional en Valle Frío. La joven, a su vez, fue trasladada de vuelta al Hospital Central, en donde está siendo tratada contra la infección y contra la herida en su...

Mentira, piensa Andrea. Fueron más delicados con Alejandro (leyó su nombre en la noticia) que con la joven. El primero no opuso resistencia y un tal Oficial Gómez lo arrestó sin más, como no queriendo arrestarlo. A la mujer, en cambio, la tuvieron que agarrar entre dos. Se movía con estridencia, pero no llegaba a la violencia. En todo caso, para controlarla necesitaron más fuerza; y apenas la dejaron dentro del cordón de seguridad, ahí, a su suerte. Lástima por ella, sí. Pero Andrea se lamentaba más por el muchacho.

- Qué vaina. Y lo que hizo fue ayudarme.

Después de almuerzo y una siesta, Andrea se levantó a ver qué hacía Roberto. No lo habían venido a buscar, imaginó que aún sus padres no salían del trabajo o algo así. Decidió no preguntarle.

- ¿Quieres ver una película? –Encontró a Roberto cargando el iPad en una pared, mientras jugaba algo.
- No sé. ¿Qué tienes?
- Big Fish.
- No sé, me trae malos recuerdos.
- Estém, a ver, comedia… ¿The Hangover?
- Nah, no tengo ganas de comedia.
- ¿Requiem for a Dream?
- No vuelvo a ver esa película ni que me paguen. ¿No tenéis nada de terror? Digo, pa ambientar
- Verga, Roberto – regaña Andrea – dejá la vaina. Qué sabéis vos si…
- No, chica. Dejá así. Que ya vais a empezar a decir locuras. Mirá, más bien. Deberías contarme ya, de plano: ¿Qué coño pasó con Karina?

Andrea se queda mirando a una pared. Busca entrar en ella, en los detalles, en la pintura, en un ladrillo mal puesto. No puede. Ella es sólo carne.

- Bueno. Ya tú sabes. Nos dimos.
- No, yo no sabía. ¿Y desde cuándo a vos?
- No sé Roberto, no sé. Y no empecéis a preguntar ¿Sí? No me gusta hablar de eso.
- Pero ajá, ¿Han hablado de la vaina?
- No – cortó Andrea de tajo.
- …- silencio, y luego, Roberto suelta – Pero sí sabes que tienen que hablar ¿No?
- Verga Roberto, sí. Me gustaría hablar. Pero ajá, la chama no aparece. ¿Qué queréis que haga?
- ¿La llamaste a la casa?
- No. Nunca le he llamado a la casa. ¿Qué le voy a decir?
- Verga, no sé. Que hablen. O al menos saber cómo está. Digo, las vergas andan como raras ahorita.

Tras pensarlo un rato Andrea va a buscar su teléfono. Revisa en su celular, el número. Lo marca. Tono. Tono. Tono, ruido. Alguien responde.

- ¿Aló?
- ¿Aló?
- Aló, ¿sí? ¿Quién es?
- ¿Por favor con Karina?
- No, ella no se encuentra. ¿Quién la llama?
- Andrea…
- ¿Quiere dejar algún mensaje?
- No – Andrea se lo piensa, - no, tranquila. Muchas gracias.
Tranca.
- No está – le dice a Roberto
- Sí, escuché. Verga, la verdad es que yo tampoco he sabido de ella.

De nuevo mira a la pared. Karina, Karina. Karina, otra vez. Karina. Ya. No más. Deja de pensar en Karina, se dice. Deja, ya. El nombre queda ahí, la imagen. Se levanta y busca Shun of the Dead, la pone en el DVD y sin consultarle nada a Roberto le da play.

- La pediste, te la calas. Es comedia, y es de muertos.
- Ah, bueno. Así sí.

Mientras ve la película, Andrea toma su celular. Busca el PIN de Karina. Eliminar contacto, ¿Delete :$:$:$Karinita:$:$:$? Le pregunta el celular. No, responde. Escribe al pin: “Este pin es de un celular robado, y ya está denunciado!!!”. Ganchito, el mensaje salió. No se pasa a D, no le avisa que se entrega el mensaje. Ya le deben haber sacado el chip, piensa, y se concentra en la película.

Efectivamente el celular no tiene chip. Ni batería. Ha permanecido en el bolsillo de Estiven Sigal González desde la noche anterior, y con el problema en Santa Lucía no le ha dado tiempo de salir a venderlo. Ha estado muy ocupado, desde esta mañana, esquivando el contacto con los infectados. Ahora corre, de nuevo, por la calle por la que corrió anoche. Su fiel compañero Yefrexon corre a su lado.

- Maricón, tenías que caerle a coñazos al carajito aquél. Tremendo maricón que eres. – Regañaba Estiven a su compañero.
- Va puej bróder, ¿Vais a seguir? – Jadea Yefrexon – Ve que te reconfiguro esa cara, pendejo.
- ¿Vos y cuántos más, puej?

La pregunta fue inapropiada. 7 personas en bata y 4 personas particulares notablemente infectadas estaban frente a ellos tras doblar en una esquina. El terrorífico aspecto del grupo estaba dado no tanto por las mordidas en las distintas partes de sus cuerpos, sino por la oscuridad que los rodeaba. No había sangre en sus cuerpos, pero caminaban desorientados, como heridos por algo, como si algo estuviera dentro de ellos causando algún dolor o letargo. De entre el grupo el Yefrexon reconoce a una. La mujer, entrada en edad y pasada de peso, estaba vestida con bata de dormir: seguramente la infectaron en casa. Pesada, mirada desorientada y un resoplido que acompañaba cada uno de sus pasos a ninguna parte.

- ¿Señora Piedá? ¿Señora Piedá? – llama Yefrexon
- Ay loco, jodieron a la Señora Piedá
- ¿No nos escucha?
- No parece chamo – responde Estiven - ¿Señora Piedá? ¿Doñita?

Nada, el grupo entero ha notado ahora su presencia. Caminan calmados hacia el par de malandros, el cual decide, finalmente, moverse. Estiven suelta un lamento.

- Ahí te va verga…
- Chamo, corré. Corré. Chamo corré – dice Yefrexon sin moverse por un rato. Estiven ya se ha disparado a correr. Ahora Yefrexon lo sigue.
Corren en sentido contrario. No quieren regresar a sus casas puesto que ahí las cosas ya están muy feas. No quieren ir hacia los límites de los cordones de seguridad porque ahí las cosas están peores. ¿Qué les queda? Entrar en una casa, ¿Pero cuál?
- ¡Muchachos! – Llama una voz femenina - ¡Por aquí!
Entran en una casa. Recuperan el aliento con la mano en el pecho y respirando con violencia. Están sudados y maltratados por todo un día de sustos.
- ¿Ustedes han ido a la Biblioteca, no? – Les pregunta una joven de abundante pelo negro y cejas muy marcadas, una morenísima Frida.
- Profe – le dicen, reconociéndola. Es la profe Yele, de la Biblioteca – gracias profe. Nos venían persiguiendo bichos de esos. Verga, profe, gracias ¿oyó?
La profe Yelexy trabaja en la Sala Infantil de la Biblioteca, a la que van los jóvenes rateros cada vez que tienen calor. La profe no tenía problema con esto. Aprovechaba para, cada vez que podía, invitarlos a la lectura.
- De nada, muchachos – habla como siempre. Medida, correcta, calmada - ¿Están bien? – Les inquiere.
- Sí, sí. Ni nos tocaron, profe.
- Okei. Bueno, vamos a cerrar aquí para que…

Yelexy intenta cerrar la puerta. No lo logra. De golpe la puerta se ha abierto y la ha tumbado.

- ¿Señora Piedad? – Alcanza a preguntar a Yelexy mientras una masa, antes humana, se le lanza encima.

Nada detuvo el hambre de la antes señora Piedad. Ni la mejilla, ni los gritos confundidos de Yelexy, ni el cuello luego, la voz deshaciéndose en gritos ya ni humanos, ni los empujones, ni la textura tan chiclosa de la piel que mordida resiste a despegarse y en los dientes se clava, en enreda, lucha con los movimientos violentos del cuello de la mujer que la muerde como un perro y sacude la cabeza, sacude, arranca; ni los borbotones de sangre, la nariz que le arrancó, los ojo suaves que sacan jugo ante la mordida, la piel de los hombros. Tampoco las piernas, panza, senos detuvieron a los demás que fueron entrando y sirviéndose de la antes trabajadora de la Biblioteca Pública del Zulia, ahora tajos de sangre y carne ante la que gritan unos niños detrás de Estiven y Yefrexon. Son dos gorditos, sobrinos, alcanzan a suponer los malandros, por el ¡Tía! Que se entiende entre la gritadera. De nada vale, que tiemblen, que quieran pensar que esa masa de carne, sangre y desechos no es su tía. El olor muerto perfuma la sala. Nadie puede hacer más que ver el banquete.

Más al norte, en casa de Andrea, no pasa esto. Ella ya duerme tranquila. Su mamá ha llegado a la casa quejándose del tráfico, terminó de ver la película con ellos y también se acostó. Roberto, por otro lado, se ha quedado a dormir, pero no duerme. Sus padres le dijeron que era preferible que se quedara allá. No le especificaron. No quiso preguntar, tampoco. Revisa su Twitter, no encuentra nada. Se le ocurre buscar de otra forma. Search: Hospital Central. Buscando. Una cuenta: @SOSlemnaMCBO. ¿Lemna? Revisa.

@SOSlemnaMCBO Extraña enfermedad es descubierta en el Hospital Central de Maracaibo. Altamente contagiosa. No acercarse a la zona.
@SOSlemnaMCBO Médicos desconocen la naturaleza de la enfermedad. Hasta ahora se sabe que se propaga por intercambio de fluidos.
@SOSlemnaMCBO Síntomas conocidos: Fiebre, desorientación, pérdida momentánea de la conciencia, excitación sexual constante y exagerada...
@SOSlemnaMCBO Mucha tos y flema amarillenta, espasmos. Si detecta alguno de estos síntomas diríjase al Hospital Central. NO VAYA A OTRO HOSPITAL.

Empieza a seguir la cuenta. No hay muchos siguiéndola, por lo que se ve, pero @ManuelRosalesg cuenta oficial del ex gobernador del estado la sigue. “Coño, la vaina es en serio” se dice, pero decide dejarlo así. Seguro ya lo tienen controlado, a estas alturas. El cordón de seguridad, la policía. Organismos, instituciones. Sí. Se pone los audífonos, escucha música. Un poquito de Desorden Público, para pensar en otra cosa.

Para no pensar en nada.

Para no estar ahí, ni mucho menos allá, bajo la luz de la luna


4 de mayo de 2011

Capítulo 2: Acordonamiento

 Día 1: Mañana  

- Pero Resident Evil 2 es el mejor.
- ¿La película?
- No chica, el juego. Es el mejor. Con ese sí te cagabas. Porque ajá, eran zombis y tal, pero no tenías todo ese mollejero que te daban en los otros.
- Las armas y tal ¿Verdad?
- Sí, todo ese mollejero con que matabas gente. Pa’ unas balitas tenías que parir corriendo entre los zombis, que eran lentos, ajá, pero eran muchos. No sé. A mí sí me cagaba. Digame cuando andabas tranquilazo por algún pasillo ¡zam! Rompen las ventanas el verguero de muertos, babeando por vos. ¡Ce-re-bros! ¡Ce-re-bros!
- Primero, era “se-sos”, y eso no era en el juego. Era en la película de Los Muertos Vivientes. Los muertos de Resident Evil no hablaban. Bueno, no hasta el 4, que hablaban con el españolete ese. ¿Cómo es que decían? “¡Cogedlo! ¡Voy a cogerte!” Esos vergos sí que daban miedo.
- ¿Tenéis miedo a que te coja un zombi, papá?

Andrea deja la conversación atrás, en el sueño, ante el sonido lejano de su celular. Era una canción que ella debía reconocer, claro – ella la había seleccionado como despertador – pero con tanto sueño no hablaba el lenguaje de los despiertos, o de los vivos. Se estira en la cama, enrollada en su edredón, y despega sus labios en un bostezo. Se restriega los ojos, siente las salientes de sus delgadas manos frotando sus pestañas, sale de la cama. No es sino hasta que se lava la cara que Andrea nota el mundo. Su casa ha despertado, como siempre, ruidosa. La gritería de la gente, sus primos, sus tíos. ¿Su mamá? No, seguro ya se fue al trabajo. Mientras piensa estas cosas ya se ha cepillado. Se sienta en el retrete. No se ha bajado el pantalón de la pijama, flojera. Se lo baja. El frío de la poceta despiertas sus nalgas, tensa su pelvis y la obliga a orinar más rápido. ¿Qué hora es? 6:14. Qué lento, todo. Qué lento.

Vestida, baja a desayunar, no sin antes acomodarse la cola de caballo. Su pelo, recogido, latiguea su espalda mientras baja a paso ligero los escalones. Buenos días, y todo el protocolo. Se sienta. Cereal. No sabe a nada. Lo come por inercia. En la tele no pasa nada, o pasa lo mismo y da igual. Alguien grita ante un micrófono. Andrea se fija directamente en la franela: roja. Ah, ya. Derechos, porque el pueblo, no dejaremos que vuelvan, el imperio, power off. Al apagar el televisor Andrea nota que se ha terminado el cereal. ¿Estamos listas? Su tía la va a llevar a la universidad.

Ya en el carro se pone sus audífonos. El rugido del motor se pierde tras el tecladito lento de la Danza de los Esqueletos, de Desorden Público. La percusión termina el trabajo de abstraerla del mundo. Cierra los ojos. ¿Qué pasaría con Karina anoche?

Algunas noches atrás Andrea teme recordar que se besaron mientras sus manos hacían otros pactos. Karina, tras el beso, y mordiéndose los labios, sonríe, y se va. Se fue. Andrea quería algo más y Karina, qué. ¿Qué quería Karina? Se lo preguntó, y no son cosas para pensar con esta canción. No. No se va a poner a pensar en estas cosas y tan temprano. Suspira. “Bajo la luz de la luna, danzan los esqueletos” murmura. Se imagina un montón de esqueletos en una danza graciosa y alegre. Se mueven torpemente, juegan con sus huesos, hacen la música “para que siga la fiesta”. Rompecabezas de huesos. “Mi amor daltónico tampoco ve color”, canta. Llegan a la universidad.

Caminando por los pasillos de la URU, universidad privada en la que estudia psicología, mira a los rincones. Gente comiendo, hablando. Que si el Madrid, que si el Barça. No marico esa camioneta, no weón.

- Y las lolas de aquella coña, ‘taba ‘esplotá’ de buena – alcanza a escuchar en la conversación de dos chamos sentados en una banca.

Pechipalomos, los llamaba Andrea, pues siempre cargaban el pecho al frente, como palomas.

- Andre, qué fue – la saluda Roberto, que ha salido de la nada.
- Qué fue Roberto – lo besa en la mejilla. Nota que aún juega con su iPad, el mismo juego - ¿Ya mataste a los zombis?
- Nah, esta vaina es muy larga. Hay que dedicarle dedicación
- Valga la rebuznancia, ¿no? – Se ríe.
- Va, me entendiste. Mirá, ¿Te comunicaste con Karina anoche?
- No – dijo, en seco.
- La atracaron, loca. A ella y a su hermano, que la llevaba pa’ tu casa.
- Dios… ¿En serio? – Se le aflojó el corazón - ¿Está bien?
- Sí, me dijo que sí. Se conectó ayer un rato y chateamos cuando llegué a la casa.
- Mierda… Y yo pensando cualquier cosa… - dice, mientras lamenta no haberse conectado anoche, ni esta mañana al despertarse. Raro en ella.
- ¿Cómo qué?
- No. No importa. Tonterías. Tengo clases ahorita. Tengo que entrar, nos vemos después.

Atrás queda la imagen de Roberto, cubierto por su innecesario suéter a estos 39 grados más o menos. Entra a clases, mientras el sonido de una sirena, dos; un grupo frenético de sirenas de policía – reconoce – están haciendo una caravana. Están haciendo una caravana, sí, piensa Andrea. Cierra la puerta de su Salón
Pero la caravana se está dirigiendo a la esquina del semáforo de Pichincha, entrada a la Vereda del Lago y de la URU. Han trancado la vía que da hacia la Biblioteca, hacia Padilla, Santa Lucía y el centro de Maracaibo. Rápidamente han estacionado las patrullas de manera que tranquen el paso de carros desde Pichincha a la Vereda o al centro. El único paso libre es hacia Milagro Norte: la vía contraria. Caos, muchos carros querían transitar hacia el centro. Los policías reciben mil maldiciones.

- ¡Marditos! – Acento en la i - ¡Tengo que ir al hospital!
- Disculpe, ciudadano, el paso al hospital está prohibido. Hay una epidemia de
- Váyase pa’ la verga, ahora si nos jodimos, puej – dice el conductor moviendo el volante con brusca fuerza – con una gripecita, lo que nos faltaba. Por cualquier mariquera trancan las calles. Después no se quejen cuando los llamen Nucitas.
- Señor – dijo el señor Nucita – oríllese a su derecha por favor.

Más tranca, más tráfico que causa que Alejandro llegue tarde a la escena. Como camarógrafo de TVLUZ – La televisión de la Universidad del Zulia, pública y del pueblo– tiene que grabar todo lo que sucede. Su cámara guarda las imágenes del embotellamiento, del acordonamiento y de lo que hay más allá: una calle prácticamente desolada y enorme, de 4 canales separados por una isla. Más adelante está la plaza Ana María Campos, la entrada al barrio Santa Lucía, y también la Biblioteca Pública. Zoom, más cerca: una camioneta de la guardia. Gente corriendo. Gente ¿Enferma? ¿Locos? “Pero si esta vaina no es el manicomio”.

Un grupo de gente corría hacia el acordonamiento, hacia donde estaba Alejandro grabando. Al salir esta gente de la lejanía pudo notar su detalle: bata del Hospital Central.

- Graba aquí, Alejandro – le dice la reportera, mientras prepara unas preguntas para el oficial al que entrevistará. Alejandro enfoca la entrevista.
- Son pacientes – le dice el policía a la reportera – lo que estamos viendo en este momento es el brote de una enfermedad que les afecta a los pacientes afectados en el cerebro y modificando su comportamiento. No podemos dejarlos salir, porque aparentemente según nos informan la enfermedad en efecto es contagiosa.
- ¿Y cuáles son las vías de contagio? – Pregunta la reportera
- Hasta ahora los pacientes afectados presentan un comportamiento inusual entre los pacientes. Su proceder es a través de los dientes, ya que efectúan mordidas sobre las víctimas – al decir esto, el oficial hace una pausa. Observa la mirada asombrada de la reportera, y agrega – pero nada tiene que ver con las historias de ciencia fixión – enfatiza en el x –: no son zombis, son pacientes. Pedimos a la población que mantengan la calma, que aquí habemos muchos policías en función de proteger a la ciudadanía de la ciudad. Es un procedimiento normal.

Al fondo se escuchan gritos. “Normal mis bolas” piensa Alejandro mientras enfoca ahora la calle tras el cordón de seguridad: pacientes del hospital caminan con torpeza hacia los policías. No parecen escuchar, no parecen entender. Su único objetivo es alcanzar a los policías quienes, en posición de alerta, les dan instrucciones. Alejandro mira al cielo y dice -Tú me estás jodiendo. 

- Oficial – invita Alejandro mientras se acerca al policía más cercano, su identificación en el pecho lo llama Gómez – prepare su pistola porque esta vaina está fea.
- Tranquilo ciudadano –dice Gómez con calma, pero con la mano en su funda – esto es sólo una enfermedad.
- No me lo pase por la nariz, Oficial – replica Alejandro mientras deja de mirar la cámara para hablar con Gómez – que se nota que no tienen ni idea de lo que la verga esa está haciendo.
- Pero tenemos órdenes, chamo – contesta Gómez, acortando la distancia entre sus jerarquías – y hay que acatarlas. Estamos aquí pa’ protegerlos a todos: a vos, a ustedes, y a ellos.

Alejandro mira a su alrededor. Con sólo una cámara en mano se siente inseguro, ansioso, intranquilo. No se calma, no deja de buscar con la mirada, hasta que consigue una cabilla mal puesta entre un montón de basura en una esquina. Es corta, quizá lo que sobró en la obra de construcción que está frente a la bomba, en ese mismo semáforo, seguro; quizá medía lo que su antebrazo, pero bastaría. Con eso en su zurda y la cámara montada en su hombro derecho se sintió ligeramente protegido, o lo suficiente como para seguir grabando.

Gritos, una mujer.

Una morena en bata corre despavorida hacia el cordón. La cámara de Alejandro lo graba todo, lo nota: tiene una mordida en el brazo. Grita, no se le entiende. ¿Gente? ¿A la gente?

-¡Están mordiendo a la gente! ¡Están locos! ¡Déjeme salir! – Grita la mujer pegada al cordón de seguridad, estirando los brazos hacia los oficiales que no le permiten el paso - ¡No quiero que me muerdan!- Llora- ¡Déjeme salir! ¡Nos van a matar aquí!
- ¡Déjenla salir! –Gritan los mirones: ya han tomado partido, y han decidido que los policías están haciendo mal.
- La pinga –asevera Alejandro – esa coña sale y nos jodimos todos. Está mordida – nadie lo escucha – ya está jodida.

Si está mordida, está jodida, piensa. Su cámara se queda fija en ella mientras decae: aparentemente pierde las esperanzas y se sienta pegada al cordón de seguridad, mirando al otro lado, pendiente de los otros pacientes que caminan erráticos en la calle a unos 100 metros. Pero la cámara de Alejandro no graba a estos pacientes, poco le importan. La cámara graba a la mujer que está mordida, y jodida, sentada en plena calle, sin importarle mostrar sus intimidades y su mordida en el brazo.

- Disculpen que interrumpa, profe – dice un bedel que ha entrado al salón de Andrea – pero por medidas de seguridad los oficiales han mandado a evacuar la universidad. Hay una situación en la calle y tenemos que, con calma, dirigirnos a las salidas de la universidad, de la vereda y a nuestras casas. Así que por favor, colaboremos con… -siguió diciendo otras cosas.

Pero Andrea ni le paró. Estaba en Twitter, en su celular, dejándose rodar por los distintos tuites que ni leía. Buscaba uno, o un usuario más bien: @KaR1n4_... No ha tuiteado desde antier. Supone que, con el celular robado, no podrá tuitear mucho. Revisa su facebook, nada interesante. Revisa su msn, Karina no está conectada. Va a revisar su Gtalk.

- Señorita, la situación es en serio – le dice el bedel, ahora frente a su escritorio.
- Sí – murmura Andrea.

Llama a su mamá. No contestan. Llama a su tía, le pide que la vaya a buscar. La tía acepta. En 10 minutos. Mira que hay cola. Unos 15 minutos, entonces. Baja.

- Andrea – jadea Roberto mientras corre, la alcanza, y le pregunta- ¿Me puedo ir con vos a tu casa? No me pueden venir a buscar y no puedo agarrar carrito con el iPad.
- Sí, dale. Les dices que te busquen en la casa cuando puedan.

De todas formas los carritos, zombis automovilísticos de Maracaibo, no estaban funcionando en esa zona debido al acordonamiento. Se dan cuenta de esto al estar esperando ya en la entrada de la Vereda donde Alejandro, desde la otra esquina, graba a la mujer que ya no está sentada, se ha parado, y camina hacia una esquina del cordón donde hay menos gente. El montón de mirones y – puta empujadera – maldice Alejandro, no dejan ver a dónde se mete la mujer cuando la pierde de vista. ¡Alejandro, grabá aquí! Los pacientes se han acercado demasiado al cordón obligando al escuadrón de repuesta de la Policía Regional a montar una barricada con los escudos de plástico, contra los que se estrellan los pacientes como intentando traspasar, como si los mismos escudos no existieran. Alejandro lo graba todo al tiempo que su mano izquierda aprieta la cabilla. "La mujer", se recuerda, y la busca con la mirada y con la cámara.

La encuentra: ha salido, camina fuera del cordón de seguridad y se dirige a Andrea, en la que parece tener fija la mirada, y camina, más rápido, más seguro, torpe, se acerca. Alejandro da la cámara a Gómez ¿No vais a hacer nada? ¿Y qué puede hacer el oficial? Sólo Alejandro lo sabe: "si esa coña muerde a alguien de afuera, nos fuimos en mierda". Y Gómez no hace más que apretar su funda, los otros oficiales ni se percatan. “No van a hacer nada” piensa Alejandro, aprieta esa cabilla y se dispara a correr hacia la paciente.

Si está mordí'a, está jodí'a; y si no entiende, alguien tiene que encabillarle esa idea en el cráneo.