Día 1: Mañana
- Pero Resident Evil 2 es el mejor.
- ¿La película?
- No chica, el juego. Es el mejor. Con ese sí te cagabas. Porque ajá, eran zombis y tal, pero no tenías todo ese mollejero que te daban en los otros.
- Las armas y tal ¿Verdad?
- Sí, todo ese mollejero con que matabas gente. Pa’ unas balitas tenías que parir corriendo entre los zombis, que eran lentos, ajá, pero eran muchos. No sé. A mí sí me cagaba. Digame cuando andabas tranquilazo por algún pasillo ¡zam! Rompen las ventanas el verguero de muertos, babeando por vos. ¡Ce-re-bros! ¡Ce-re-bros!
- Primero, era “se-sos”, y eso no era en el juego. Era en la película de Los Muertos Vivientes. Los muertos de Resident Evil no hablaban. Bueno, no hasta el 4, que hablaban con el españolete ese. ¿Cómo es que decían? “¡Cogedlo! ¡Voy a cogerte!” Esos vergos sí que daban miedo.
- ¿Tenéis miedo a que te coja un zombi, papá?
Andrea deja la conversación atrás, en el sueño, ante el sonido lejano de su celular. Era una canción que ella debía reconocer, claro – ella la había seleccionado como despertador – pero con tanto sueño no hablaba el lenguaje de los despiertos, o de los vivos. Se estira en la cama, enrollada en su edredón, y despega sus labios en un bostezo. Se restriega los ojos, siente las salientes de sus delgadas manos frotando sus pestañas, sale de la cama. No es sino hasta que se lava la cara que Andrea nota el mundo. Su casa ha despertado, como siempre, ruidosa. La gritería de la gente, sus primos, sus tíos. ¿Su mamá? No, seguro ya se fue al trabajo. Mientras piensa estas cosas ya se ha cepillado. Se sienta en el retrete. No se ha bajado el pantalón de la pijama, flojera. Se lo baja. El frío de la poceta despiertas sus nalgas, tensa su pelvis y la obliga a orinar más rápido. ¿Qué hora es? 6:14. Qué lento, todo. Qué lento.
Vestida, baja a desayunar, no sin antes acomodarse la cola de caballo. Su pelo, recogido, latiguea su espalda mientras baja a paso ligero los escalones. Buenos días, y todo el protocolo. Se sienta. Cereal. No sabe a nada. Lo come por inercia. En la tele no pasa nada, o pasa lo mismo y da igual. Alguien grita ante un micrófono. Andrea se fija directamente en la franela: roja. Ah, ya. Derechos, porque el pueblo, no dejaremos que vuelvan, el imperio, power off. Al apagar el televisor Andrea nota que se ha terminado el cereal. ¿Estamos listas? Su tía la va a llevar a la universidad.
Ya en el carro se pone sus audífonos. El rugido del motor se pierde tras el tecladito lento de la Danza de los Esqueletos, de Desorden Público. La percusión termina el trabajo de abstraerla del mundo. Cierra los ojos. ¿Qué pasaría con Karina anoche?
Algunas noches atrás Andrea teme recordar que se besaron mientras sus manos hacían otros pactos. Karina, tras el beso, y mordiéndose los labios, sonríe, y se va. Se fue. Andrea quería algo más y Karina, qué. ¿Qué quería Karina? Se lo preguntó, y no son cosas para pensar con esta canción. No. No se va a poner a pensar en estas cosas y tan temprano. Suspira. “Bajo la luz de la luna, danzan los esqueletos” murmura. Se imagina un montón de esqueletos en una danza graciosa y alegre. Se mueven torpemente, juegan con sus huesos, hacen la música “para que siga la fiesta”. Rompecabezas de huesos. “Mi amor daltónico tampoco ve color”, canta. Llegan a la universidad.
Caminando por los pasillos de la URU, universidad privada en la que estudia psicología, mira a los rincones. Gente comiendo, hablando. Que si el Madrid, que si el Barça. No marico esa camioneta, no weón.
- Y las lolas de aquella coña, ‘taba ‘esplotá’ de buena – alcanza a escuchar en la conversación de dos chamos sentados en una banca.
Pechipalomos, los llamaba Andrea, pues siempre cargaban el pecho al frente, como palomas.
- Andre, qué fue – la saluda Roberto, que ha salido de la nada.
- Qué fue Roberto – lo besa en la mejilla. Nota que aún juega con su iPad, el mismo juego - ¿Ya mataste a los zombis?
- Nah, esta vaina es muy larga. Hay que dedicarle dedicación
- Valga la rebuznancia, ¿no? – Se ríe.
- Va, me entendiste. Mirá, ¿Te comunicaste con Karina anoche?
- No – dijo, en seco.
- La atracaron, loca. A ella y a su hermano, que la llevaba pa’ tu casa.
- Dios… ¿En serio? – Se le aflojó el corazón - ¿Está bien?
- Sí, me dijo que sí. Se conectó ayer un rato y chateamos cuando llegué a la casa.
- Mierda… Y yo pensando cualquier cosa… - dice, mientras lamenta no haberse conectado anoche, ni esta mañana al despertarse. Raro en ella.
- ¿Cómo qué?
- No. No importa. Tonterías. Tengo clases ahorita. Tengo que entrar, nos vemos después.
Atrás queda la imagen de Roberto, cubierto por su innecesario suéter a estos 39 grados más o menos. Entra a clases, mientras el sonido de una sirena, dos; un grupo frenético de sirenas de policía – reconoce – están haciendo una caravana. Están haciendo una caravana, sí, piensa Andrea. Cierra la puerta de su Salón
Pero la caravana se está dirigiendo a la esquina del semáforo de Pichincha, entrada a la Vereda del Lago y de la URU. Han trancado la vía que da hacia la Biblioteca, hacia Padilla, Santa Lucía y el centro de Maracaibo. Rápidamente han estacionado las patrullas de manera que tranquen el paso de carros desde Pichincha a la Vereda o al centro. El único paso libre es hacia Milagro Norte: la vía contraria. Caos, muchos carros querían transitar hacia el centro. Los policías reciben mil maldiciones.
- ¡Marditos! – Acento en la i - ¡Tengo que ir al hospital!
- Disculpe, ciudadano, el paso al hospital está prohibido. Hay una epidemia de
- Váyase pa’ la verga, ahora si nos jodimos, puej – dice el conductor moviendo el volante con brusca fuerza – con una gripecita, lo que nos faltaba. Por cualquier mariquera trancan las calles. Después no se quejen cuando los llamen Nucitas.
- Señor – dijo el señor Nucita – oríllese a su derecha por favor.
Más tranca, más tráfico que causa que Alejandro llegue tarde a la escena. Como camarógrafo de TVLUZ – La televisión de la Universidad del Zulia, pública y del pueblo– tiene que grabar todo lo que sucede. Su cámara guarda las imágenes del embotellamiento, del acordonamiento y de lo que hay más allá: una calle prácticamente desolada y enorme, de 4 canales separados por una isla. Más adelante está la plaza Ana María Campos, la entrada al barrio Santa Lucía, y también la Biblioteca Pública. Zoom, más cerca: una camioneta de la guardia. Gente corriendo. Gente ¿Enferma? ¿Locos? “Pero si esta vaina no es el manicomio”.
Un grupo de gente corría hacia el acordonamiento, hacia donde estaba Alejandro grabando. Al salir esta gente de la lejanía pudo notar su detalle: bata del Hospital Central.
- Graba aquí, Alejandro – le dice la reportera, mientras prepara unas preguntas para el oficial al que entrevistará. Alejandro enfoca la entrevista.
- Son pacientes – le dice el policía a la reportera – lo que estamos viendo en este momento es el brote de una enfermedad que les afecta a los pacientes afectados en el cerebro y modificando su comportamiento. No podemos dejarlos salir, porque aparentemente según nos informan la enfermedad en efecto es contagiosa.
- ¿Y cuáles son las vías de contagio? – Pregunta la reportera
- Hasta ahora los pacientes afectados presentan un comportamiento inusual entre los pacientes. Su proceder es a través de los dientes, ya que efectúan mordidas sobre las víctimas – al decir esto, el oficial hace una pausa. Observa la mirada asombrada de la reportera, y agrega – pero nada tiene que ver con las historias de ciencia fixión – enfatiza en el x –: no son zombis, son pacientes. Pedimos a la población que mantengan la calma, que aquí habemos muchos policías en función de proteger a la ciudadanía de la ciudad. Es un procedimiento normal.
Al fondo se escuchan gritos. “Normal mis bolas” piensa Alejandro mientras enfoca ahora la calle tras el cordón de seguridad: pacientes del hospital caminan con torpeza hacia los policías. No parecen escuchar, no parecen entender. Su único objetivo es alcanzar a los policías quienes, en posición de alerta, les dan instrucciones. Alejandro mira al cielo y dice -Tú me estás jodiendo.
- Oficial – invita Alejandro mientras se acerca al policía más cercano, su identificación en el pecho lo llama Gómez – prepare su pistola porque esta vaina está fea.
- Tranquilo ciudadano –dice Gómez con calma, pero con la mano en su funda – esto es sólo una enfermedad.
- No me lo pase por la nariz, Oficial – replica Alejandro mientras deja de mirar la cámara para hablar con Gómez – que se nota que no tienen ni idea de lo que la verga esa está haciendo.
- Pero tenemos órdenes, chamo – contesta Gómez, acortando la distancia entre sus jerarquías – y hay que acatarlas. Estamos aquí pa’ protegerlos a todos: a vos, a ustedes, y a ellos.
Alejandro mira a su alrededor. Con sólo una cámara en mano se siente inseguro, ansioso, intranquilo. No se calma, no deja de buscar con la mirada, hasta que consigue una cabilla mal puesta entre un montón de basura en una esquina. Es corta, quizá lo que sobró en la obra de construcción que está frente a la bomba, en ese mismo semáforo, seguro; quizá medía lo que su antebrazo, pero bastaría. Con eso en su zurda y la cámara montada en su hombro derecho se sintió ligeramente protegido, o lo suficiente como para seguir grabando.
Gritos, una mujer.
Una morena en bata corre despavorida hacia el cordón. La cámara de Alejandro lo graba todo, lo nota: tiene una mordida en el brazo. Grita, no se le entiende. ¿Gente? ¿A la gente?
-¡Están mordiendo a la gente! ¡Están locos! ¡Déjeme salir! – Grita la mujer pegada al cordón de seguridad, estirando los brazos hacia los oficiales que no le permiten el paso - ¡No quiero que me muerdan!- Llora- ¡Déjeme salir! ¡Nos van a matar aquí!
- ¡Déjenla salir! –Gritan los mirones: ya han tomado partido, y han decidido que los policías están haciendo mal.
- La pinga –asevera Alejandro – esa coña sale y nos jodimos todos. Está mordida – nadie lo escucha – ya está jodida.
Si está mordida, está jodida, piensa. Su cámara se queda fija en ella mientras decae: aparentemente pierde las esperanzas y se sienta pegada al cordón de seguridad, mirando al otro lado, pendiente de los otros pacientes que caminan erráticos en la calle a unos 100 metros. Pero la cámara de Alejandro no graba a estos pacientes, poco le importan. La cámara graba a la mujer que está mordida, y jodida, sentada en plena calle, sin importarle mostrar sus intimidades y su mordida en el brazo.
- Disculpen que interrumpa, profe – dice un bedel que ha entrado al salón de Andrea – pero por medidas de seguridad los oficiales han mandado a evacuar la universidad. Hay una situación en la calle y tenemos que, con calma, dirigirnos a las salidas de la universidad, de la vereda y a nuestras casas. Así que por favor, colaboremos con… -siguió diciendo otras cosas.
Pero Andrea ni le paró. Estaba en Twitter, en su celular, dejándose rodar por los distintos tuites que ni leía. Buscaba uno, o un usuario más bien: @KaR1n4_... No ha tuiteado desde antier. Supone que, con el celular robado, no podrá tuitear mucho. Revisa su facebook, nada interesante. Revisa su msn, Karina no está conectada. Va a revisar su Gtalk.
- Señorita, la situación es en serio – le dice el bedel, ahora frente a su escritorio.
- Sí – murmura Andrea.
Llama a su mamá. No contestan. Llama a su tía, le pide que la vaya a buscar. La tía acepta. En 10 minutos. Mira que hay cola. Unos 15 minutos, entonces. Baja.
- Andrea – jadea Roberto mientras corre, la alcanza, y le pregunta- ¿Me puedo ir con vos a tu casa? No me pueden venir a buscar y no puedo agarrar carrito con el iPad.
- Sí, dale. Les dices que te busquen en la casa cuando puedan.
De todas formas los carritos, zombis automovilísticos de Maracaibo, no estaban funcionando en esa zona debido al acordonamiento. Se dan cuenta de esto al estar esperando ya en la entrada de la Vereda donde Alejandro, desde la otra esquina, graba a la mujer que ya no está sentada, se ha parado, y camina hacia una esquina del cordón donde hay menos gente. El montón de mirones y – puta empujadera – maldice Alejandro, no dejan ver a dónde se mete la mujer cuando la pierde de vista. ¡Alejandro, grabá aquí! Los pacientes se han acercado demasiado al cordón obligando al escuadrón de repuesta de la Policía Regional a montar una barricada con los escudos de plástico, contra los que se estrellan los pacientes como intentando traspasar, como si los mismos escudos no existieran. Alejandro lo graba todo al tiempo que su mano izquierda aprieta la cabilla. "La mujer", se recuerda, y la busca con la mirada y con la cámara.
La encuentra: ha salido, camina fuera del cordón de seguridad y se dirige a Andrea, en la que parece tener fija la mirada, y camina, más rápido, más seguro, torpe, se acerca. Alejandro da la cámara a Gómez ¿No vais a hacer nada? ¿Y qué puede hacer el oficial? Sólo Alejandro lo sabe: "si esa coña muerde a alguien de afuera, nos fuimos en mierda". Y Gómez no hace más que apretar su funda, los otros oficiales ni se percatan. “No van a hacer nada” piensa Alejandro, aprieta esa cabilla y se dispara a correr hacia la paciente.
Si está mordí'a, está jodí'a; y si no entiende, alguien tiene que encabillarle esa idea en el cráneo.
los dos q dicen "no va" son los 2 choros?
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