18 de julio de 2011

Capítulo 11: Resucitó de entre los muertos III

Día 3: Día

Un buen recuerdo de Karina, como cuando se conocieron de chiquitas, carajitas, doce o trece años, la una frente a la otra sin saber qué decirse, porque sus padres las habían presentado para que jugaran, por eso de que la edad igual y esas cosas, y jugaron, nada serio, cuestión de botones en un cuarto, y Mario saltaba y Andrea tenía su primera amiga, porque de no ser tan rara, pero ajá, a Karina le gustaba que fuera tan rara; un buen recuerdo así.

U otro, mejor, cuando Karina le presentó a sus amigos aquella tarde de años después, que se volvieron a hablar después de una ausencia de contacto por quién sabe qué cuestión tonta, y Andrea les cayó bien, tan bien, que aún habla con Roberto, ¿Verdad Roberto? Ah, no puede contestar Roberto. Ahora no. Por eso, otro recuerdo de Karina.

Mejor, otra tarde en su cuarto, casi noche, muchos años después, pocos meses antes de este momento, jugando, cuestión de botones, y Karina saltaba, y Andrea no le quería preguntar si le gustaba o no le gustaba, pero lo pensaba, tanto pensaba, pero tanto sudaba, pero ajá. Se veía tan linda, Karina, buen recuerdo, así.

No como ahora.

- Pero ajá. A ti, qué. ¿Las mujeres o los hombres?
- No sé Andrea, ajá. Tú sabes, que no sé responder eso.
- Tú tenías novio.
- Pero ya no.
- Ajá, pero tenías novio. Novio, con O. ¿No te gustaba?
- Tú siempre estuviste enamoradita de este chamo, ¿cómo es? ¿Toñito?
- No quiere decir.
- Exacto, no quiere decir. Nada quiere decir nada. Es más, chica. ¿Por qué decimos tanto?
- ¿Cómo así?
- Ven.

Andrea dio el paso. Ahora sí, dio el paso. Caminó hacia Karina con determinación y sin miedo. Con la seguridad de las ganas de darle un abrazo, de sacarla de todo ese embrollo, de los murmullos de los enfermos, del grito seco de los lemnosos, de los brazos pálidos que la rodeaban al final de ese pasillo de lerdos caminantes, tropezándose con las paredes, abriendo la boca como para comerse el aire, y caminando hacia ellos desde principio de las escaleras.

Roberto estaba preocupado. Tras el correteo en el que los puso una horda de infectados que se aventuró a bajar las escaleras tras ellos, se había armado, junto a Hermócrates, con el palo de una escoba y un lampazo. Se defendían, sorprendidos, con destreza: el palo de la escoba podía mantener a los hambrientos caminantes que se lanzaban con torpeza hacia ellos. “Si la vaina es así, no hay mucho de qué preocuparse”.

- Estos vergos son lentos y bobos como ellos solos. Todo bien, todo bien, carajitas – Afirmaba Hermócrates tras varios golpes de lampazo a la cabeza de los infectados, - mirá cómo se caen. Pendejitos.

Sin embargo la horda, de treinta o más caminantes, seguía bajando por las escaleras hasta mostrar a Karina, entre la multitud, quien sonreía al verlos. “¡Karina!” gritó Andrea, y Karina estiró su brazo hacia donde ella estaba. Al mismo tiempo hicieron todos los enfermos, que la rodearon de brazos en una escena de altar enfermo y purulento. Andrea, aliviada, se olvida de todo y empieza a caminar. Karina está ahí.

- ¡Andrea! – El desespero de Roberto le quiebra la voz - ¡Andrea! ¡Qué coño estáis haciendo! ¡Andrea! – Batazo, otro lemnoso cae - ¡Coñoesumadre Andrea!
- ¡Andrea! Esta coñita de su mierda ¡Andrea! – El tío se intenta acercar, pero teme.
- ¿Qué? Ahí está Karina.
- ¡Qué coño Karina ni que mierda! ¡Andrea! ¡Coño vení! – Roberto estaba desesperado, lemnosos a pocos metros del cuerpo de Andrea, Karina al final de un grupo bastante repulsivo, y él sin más que un palo de escoba - ¡Coño Andrea! ¡Ella ya no es Karina! – Al oír esto Andrea se voltea con violencia.
- ¡Cómo que ya no es Karina? ¡Qué coño estás diciendo, güevón? ¿Qué? ¿La queréis dejar aquí? – Andrea voltea, camina.
- ¡Andrea!

Andrea se voltea una vez más.

- ¡Esta mierda no es una película de zombis! ¡Esto es gente enfer…

Karina, finalmente se acercó, pega su nariz a la de Andrea, la cual derrama la sensación por el resto de su cuerpo, cada poro responde estimulado: sabe lo que viene, quiere lo que viene. Los labios se abren paso entre el aliento, se deslizan en la humedad nerviosa de los labios de Andrea, y tejen el beso esperado. Sí, así se sintió, qué buen recuerdo. Qué buen recuerdo. Qué buen recuerdo. Esta, esta no es esa Karina. Esta se acerca, sí. Quiere pegar su nariz a Andrea, sí. Quiere comerse a Andrea.
El sonido seco de la madera contra el cráneo derriba el cuerpo de Karina a un lado, Andrea se echa a llorar y no le da tiempo de caer arrodillada cuando el tirón de brazo que le da el tío Hermócrates la lanza contra una pared, cercana a la puerta de salida.

- Nos vamos, y al coño.

Roberto hala a Andrea fuera del hospital, Hermócrates va tras ellos. La luz del medio día los abrasa y por alguna razón Roberto se siente protegido. Andrea está paralizada, ida, muerta en vida parada en medio de la plaza de entrada al hospital. Roberto la mira, y con torpeza, la abraza. Andrea rompe a llorar. Aumenta el desgarro, grita, no se le entiende lo que dice.

- Ya, ya – Roberto le soba la nuca. – No podías hacer nada, Andre.
- ¡Qué coño es esta verga? – Se entiende entre los llantos desesperados de Andrea.
- No sé, Andre. Mejor que nos vayamos.Y ya.

Andrea alcanzaba a asentir con la cabeza. El carro. Ir hacia el carro, agarrada de lo que le quedaba, colgado de Roberto, del olor del perfume de Roberto mezclado con el sudor y llanto, y de su tío: Hermócrates, él, que ya no estaba tras ellos. 

Junto al carro, Andrea y Roberto miran a la entrada del hospital de la cual no sale nadie: ni infectado, ni tío.

- Y ¿Hermócrates? – Roberto pregunta preocupado. Andrea, se echa a llorar más, ahora sostenida del carro, sin querer mirar a la entrada del hospital.

Cinco minutos, el calor se hace sentir, la luz desdibujaba los contornos y levantaba un vapor desde la tierra, secándole hasta el sudor. Los ojos entornados para poder ver algo, Roberto sigue angustiado. Diez minutos, ni una brisita siquiera. Tío no sale. Quince minutos. ¿Qué hacer? Si sale un solo enfermo de esa vaina, se van. Sí, eso piensa Roberto. No queda de otra. Coño, pero, ¿otro cercano? ¿Que Andreita pierda otro ser cercano? Muy jodido, coño. Veinte minutos, Andrea ya solloza, el calor aprieta y una figura, finalmente, aparece, caminando hacia ellos entre el encandilador fulgor.


- ¿Y entonces qué hacemos, Doctora?
- No sé, no sé. O sea, ellos van a querer subir a los niveles más altos del centro comercial. Creo, pues. Coño, es que ahorita tengo otra vaina en la cabeza.

Virginia está consternada. A pesar de que llama y llama, Andrea no contesta. Tampoco Roberto, tampoco su papá. No sabe qué hacer, solo sabe que no quiere subir a los primeros pisos. Con su brazo izquierdo, aprieta a Maara contra su cuerpo y dice:

- Vamos al sótano. No van a entrar por el sótano, y no van a bajar al sótano.
- Sí va.

Bajan, bajan más, en el nivel feria de nuevo se dirigen a la puerta del sótano, la abren y un silencio espantoso los arropa. No hay nadie, como era de esperarse, pero hay unos tres carros estacionados.

- ¿Y estos carros? ¿De quién?
- Gente que los deja estacionados, carros enfriados, qué se yo. – Responde el guardia.
- ¿Y así cuida el centro comercial?
- Bueno, Doctora, los carros no van a robar ningún local.

Se resiste a mirarlo con desdén, porque la idea que ahora gobierna su cabeza se lo prohíbe moralmente. Mira más bien a Estiven, que la mira de vuelta con curiosidad. Como doctora, Virginia ha aprendido a leer a las personas, sabe que debe leer los síntomas escondidos, los que la gente tiene vergüenza de decir.

- ¿Sabes prender un carro?
Pasmado, Estiven no sabe qué responder - ¿Ah?
- Que si sabes prender un carro, sin la llave pues.
- Bueno, yo – Estiven titubea.
- Yo sí – sale el guardia – con ese modelo es facilito. Pero, ¿pa qué?
- Porque no estamos seguros si no van a bajar al sótano. Solo sabemos que su preferencia es subir a pisos altos. No sabemos por qué. Y sabemos, también, que tarde o temprano, van a romper la puerta.
- Ajá, Doctora, pero ¿Pa dónde vamos?
Virginia no se la piensa mucho – Al Central.
- Nooo joda. La pinga. Ni de verga. No. En cruz, no. – Se niega, categóricamente, Estiven.
- Ahí está la cura – miente, con velocidad.
- ¿Y pa qué coño queremos la cura? Aquí nadie está infectado.
- ¿Y si tu madre está infectada?
Estiven la mira con odio, aprieta los puños, y resuelve por lamentar resignado: – La puta madre.

Un carro gris, o plateado, no parpadea la luz de su alarma, que tampoco suena ante el vidrio roto. Se montan. Golpes, cables, Virginia abraza a Maara. La máquina intenta arrancar, otra vez. Una vez más. Arranca, ruge, acelera en pare, campanita de puerta mal cerrada, cierran bien, “el radiecito” dice el guardia: ninguna emisora sintoniza. Mientras el carro calienta busca entre los cds. ¿Might Lemon Drops? ¿Red Hot Chilly Peppers? ¿Nine Inch Nails? ¿April March? ¿Quién coño escucha esta mierda? Por no dejar, pone uno que, por los colores, le atrajo. Violent Femmes, y suena Blister in the Sun, para acompañar al carro que arranca, sube, se encuentra con la Santa María cerrada, la cual Estiven, con cuidado, abre y sube, corre al carro, se monta, y salen del centro comercial entre cadáveres caminantes, o tal cosa parecía. ¿Tan rápido, todo?

Lejos, en el Central, la figura que salió del hospital ya se acerca a los chicos. Hermócrates, intacto, sonriente y con un papel en la mano el cual dobla tras lanzar al suelo el lampazo sucio, dice satisfecho:

- Listos. Vamonós.
- ¿Qué hacías? – Dispara Roberto.
- Buscaba algo importante – responde Hermócrates, desafiante. Roberto no sigue indagando.

Se montan en el carro, y antes de arrancar, ven como los enfermos se agolpan en la salida, sin bloqueo alguno que les impida perseguirlos; aún así, por alguna razón, no pisan el espacio fuertemente iluminado por la luz del sol.

- Y estos qué, ¿Son vampiritos de crepúsculo? – Pregunta Hermócrates
- … - Nadie responde.
- Bueno, no me voy a quedar a comprobar si los mariquitos estos brillan.

Y se van, sin buen recuerdo que los ampare.

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