5 de julio de 2011

Capítulo 10: Más acá del sol

Días atrás

El ángulo, eso era lo que fallaba. Quizá un poco más abajo del ángulo anterior, así la parábola sería más pronunciada, más convexa, y finalmente alcanzaría el pequeñísimo, verdísimo, objetivo. Sí, ahí. Tiene que ser ahí. Se acomoda los audífonos, Metallica lo ampara. Hala ahora el particular proyectil, rojo, redondo: el último que le queda. Suena la tensión de la liga de la honda. Ahí, el ángulo perfecto. Dispara.

El pajarito dio en el blanco, el cerdito le dio unos 5000 puntos. Terminó el juego.

José sonríe, tiene ganas de celebrar, de saltar y hacer un baile de la victoria, pero contiene todo en apretar el puño y retraerlo sólo un imperceptible poco hacia su cuerpo. En su mente suenan las palabras “Pa que sean serios, marditos”. Había estado jugando el último nivel de Angry Birds desde hace unas horas, recluido en sus audífonos que ahora le daban Pearl Jam para esconderse de los tropicalísimos gustos musicales de Carolina, su novio Antonio y Fernanda. El pequeño Carlitos, hermanito de Antonio, parecía a gusto o cómodo entre todo ese reggaetón mientras pudiera ver la partida de Angry Birds de cerca.

Cuatro amigos en una lancha en camino a una isla bonita más allá del sol, arenita playita y la rumbita bonita y todo eso. Había humor hasta de orgias y sexo desenfrenado, de no ser por el pequeño Carlitos. ¿Por qué Antonio se tenía que traer al coñito?

Bah, para qué se caían a mojones. Carolina es una niña “de su casa”. Fernanda no le paraba ni media bola. Pero, hey, si hubiese venido Karina, sería otro el cuento. Esa caraja sí era atrevida, no microondas como la mayoría de las maracuchas que conocía. Pero no, no vino. Dijo que vendría y no vino. Quién sabe por qué carajo. Le habrá venido la regla, qué sabe él. Ahora está ahí, más acá del sol, en una lancha navegando en pleno Lago de Maracaibo con 2 mujeres de las que no obtendrá nada, un tipo que no le termina de caer bien, y su hermanito que, a estas alturas, podría ser mudo, o lerdo, o las dos cosas.

De hecho, esa es una de las cosas que – Ah, Du Hast, sí va - ¿Qué estaba pensando? Ah sí. Esa es una de las cosas que le daba más curiosidad a José. Carlitos, cuando no tenía algo en lo que entretenerse, se quedaba sentado ahí, en su puesto, cabizbajo, con la mirada completamente perdida, quién sabe en qué mundo de fantasía.

Bah, qué se le iba a hacer. El coñito era así. El viaje era así. Completamente distinto a lo que él se hubiese imaginado como una rumbita en la playa. En vez del desenfreno y el relajo, tendría lo que todos: unas cuantas cervezas y unos chistes malos entre música detestable. Luego, el viaje de regreso, y los payasos estos diciendo que fue el mejor viaje de sus vidas. Gracias al Dios en el que no creía por su buena batería de celular y su iPod lleno de música que lo amparara de todo mal.

Antonio, por otro lado, no estaba del todo cómodo detrás de sus sonrisas, de los chistes malos, y de la mano en la cintura de piel desnuda y caliente de su novia. Este viaje era una pequeña tortura. Carolina y Fernanda, amigas de por vida, vivían ahora un secreto que sólo para Carolina era desconocido. Antonio, entre cervecitas y rumbitas, había caído en unas insinuaciones hechas, “ay, sin querer”, por Fernanda. Lo triste de todo esto, es que de lo que se acuerda es de Fernanda desnuda, ni tan bonita como la imaginó, a pierna abierta y jadeando. No, no se acuerda del acto en sí. Todo fue tan torpe y, a quejas de Fernanda, tan rápido. Temía ahora en esa lancha que Fernanda quisiera recordar.

Por eso su movida. Había sido inteligente, “ge-nial”, se decía. Traer a su hermanito para evitar conversaciones fuera de lugar, y acercamientos “tontos y sin querer” de Fernanda. Ge-nial. Al menos hoy podría salvarse. ¿Podría salvarse? Su mente, la duda, la tortura. No muestra nada, sonríe. Otro trago de cerveza.

Silencio, nadie habla, se acaba la canción, el cd. Antonio lo saca. En el fondo, se escucha la chicharra desde los audífonos de José.

- Loco, quitate esa verga. Viniste a estar con nosotros, no con los comegatos esos que escucháis.
- Va pues. Ustedes escuchan a los tukkis del coño esos, yo tengo derecho a mis gaticos.
- Sí seréis marico.

El sonido del motor y la lancha golpeando contra el lago de tanto en tanto, aparte de eso, el silencio. Hasta que al fin José se quita los audífonos y pregunta, a quema ropa.

- ¿Cómo sería el fin del mundo en Maracaibo?
- Mialma, José ¿Cómo que fin del mundo? – Fernanda reía
- Así, fin del mundo, se acaba todo.
- Verga, me imagino que igual que en todos lados – responde Antonio, quien parece cavilar su idea – la gente se muere y empiezan los saqueos y tal.
- Yo no creo que en todo el mundo sea igual, eso es aquí que son todos unos salvajes – agrega Carolina.
- Qué salvajes ni que nada – José puntúa -, aquí apenas son honestos. Los maracuchos, digo, somos honestos, es todo. No nos andamos con las formalidades ni las güevonadas pa’ no perder el tiempo. Yo sí creo que Antonio tiene razón, la vaina sería igual. Es más…
- Capaz y Maracaibo no se joda – culmina Antonio.
- Ajá.
- Sí, bueno, sí – concuerda Carolina.
- ¡Es que nosotros somos arrechos! – Fernanda pega un gritico odioso y ridículo, como de presentadora de concurso de televisión. Todos, excepto Carlitos, beben.
- ¿Qué sería lo primero que harían? - Pregunta ahora Carolina - ¿Qué sería lo primero, en caso de que sepan que es el fin?
- Rezar – responde Fernanda, muy seria, ahora.
- Yo no sé. Creo que escucharía un cd completo, pero ahorita no sé cuál – responde José.
- Yo te llamaría, mi amor. – Responde Antonio, abrazando a su novia.
- Ay mi vida, gracias. Yo creo que, honestamente… - Carolina toma un trago de su cerveza – me metería en el baño a echarme el último baño de agua caliente, mientras me como cualquier cosa que me haga engordar. Pero mucho, así. Mucho. – Carolina se muerde los labios, - y después te llamaría, amor.
- Coño, ya veo que soy prioridad.
- Ay vida, no seas bobito.
- Sí, vida, no seas bobito – se burla Fernanda. Antonio no se ríe.
- ¿Y si el fin del mundo ya comenzó? – Pregunta Carolina.
- ¿Cómo así?
- Pues, eso. Ya el mundo no es como antes. Todos, todo, se está volviendo loco. Y la naturaleza se está extinguiendo y tal. Las guerras, los terremotos. ¿Y si Dios ya está terminándolo todo?
- No seas tontita, vida. Todos saben que el final del mundo es con zombis. Hasta que no veáis a tu madre caminando muerta por ahí no nos tenemos que preocupar.- Todos se ríen, Carolina golpea a Antonio.

Beben, beben de nuevo. Hacen algún otro chiste sobre el fin. José se aburre de nuevo, mira a Carlitos, Carlitos lo mira a él. No sabe por qué, se lo imagina sentado en una acera, en una noche oscura. Qué tonterías piensas, José. Se pone los audífonos, play. Nothing Else Matters, Fernanda se acerca a Antonio, Antonio se acerca a Carolina, Carlitos sigue ahí. José deja caer su cabeza hacia atrás, “da lo mismo” piensa, “repetimos sin cesar lo que todos ya han vivido.” Siguiente pista: La cerveza, la rumbita, la tontería y los cachos, que la rumbita el día de fiesta y luego quejarse de que es lunes, y trabajar, quejarse, tirar, que este o el otro presidente, que si esta o la otra oposición, comer, cagar, el agua caliente o fría, dormir, jugar, la tele, la película, visita a la familia, que este cumple años, que el sobrinito, el primito del padrino del tío del puto padre que no está, que te llama de vez en cuando, cuando se acuerda y te dice qué hacer y qué no hacer, porque al fin es hacer lo que te dé la gana y ser el típico malo o hacer lo que nos digan que hagamos con la vida que los padres de nuestros padres de Venezuela entera ya ha hecho, y seguirá haciendo, hasta ese esperado fin: “Ya éramos zombis desde hace rato”.

Suena un celular, Carolina atiende. “Aló, ¿Karina? Chica, hubieses venido. No, para nada. No, no te preocupes. Sí, Antonio, Fernanda y José. Ajá, José está aquí. Jajajaja, no chica, no. Para nada. Aquí está Carlitos, el hermanito de, sí. Ay bueno Kari, primis, no nos dejes embarcados en la próxima ¿okey?”

El ángulo, sin embargo, eso fue lo que falló.

Un poco más arriba, y quizá se hubiesen salvado. Pero no: la lancha saltó en una ola mal puesta y giró en un ribete mal curveado. Al agua dieron todos. Aparatos, ropa y cervezas se mezclaban con el lago, y un olor detestable los abrazaba: habían caído en un cúmulo de lemna acuática.

- ¡Me cago en Dios!
- Agárrense de la lancha, rápido.
- Coño, sí, porque nos vamos a ahogar, el lago no es hondo, mijo.
- ¡Esta mierda huele horrible!
- Cálmate Fernanda, agárrate, ven.
- ¿Dónde está Carlitos? ¡Busquen a Carlitos!
- Aquí lo tengo, Antonio. Tranquilo.
- Gracias, mi amor.
- Coño, coño, coño. ¿Cómo salimos de aquí?
- Ustedes agárrense de la lancha. Alguien seguro va a notar que no llegamos a tiempo, y llaman a algo, guardia costera, qué se yo.
- ¿En esta vaina hay guardia costera?
- Coño, José, no seáis tan optimista, queréis.
- Mierda, la lemna es horrible, loco.
- Huele muy feo.
- Miren, peces muertos.
- Normal, mija. Normal.
- Agárrense bien ¿Y si la volvemos a voltear?
- ¿Cómo?
- Mejor quedémonos quietos. Esperemos. Ni que hubiesen tiburones ni nada de eso aquí.
- Es verdad. En este lago la contaminación mató todo.
- Dejá estar. Vamos a esperar.
- Agárrense.

Dos horas estuvo el grupo pataleando suavemente, agarrados de la lancha volcada, hasta que un barquito de pescadores pasó por ahí, los rescató, y los llevó a los muelles de Playa Macuto, comunidad de pescadores detrás de la Biblioteca Pública del Zulia. Cada uno llamó a sus respectivos familiares, y tanto Antonio como Carolina, Carlitos y José fueron a dar al Hospital Central, para chequear que no tuvieran infecciones de hongos. “El agua del lago es muy sucia, Fernanda, por qué no te chequeas con nosotros, eso es rápidito”. Pero no, Fernanda se fue a su casa. Se bañaría con alcohol, y mataría cualquier cosa. Eso se lo había enseñado su madre, cuando de chiquita se bañaba en el lago, así que “no sean ustedes tan bobos”, que el Hospital Central es de wirchos, que lo que estamos es sucios, de lo mismo, que más sucio es el aire que respiramos, “no hay nada que el alcohol no quite”, más acá del norte, más acá del sol.

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