Día 2: anochecer
Ingredientes:
Lo que consiga en el camino.
Agregue cojones a gusto.
Procedimiento:
Sé un Alejandro Ortega sentado en tu celda provisional: te tienen ahí antes de procesarte, o tal cosa habrás escuchado. No sabes cómo será dicho proceso dada la emergencia médica que se está presentando. Pura mierda, sabrás, porque están todos jodidos, al menos en esa zona, en la que la infección ya se ha salido de control.
Ya has pasado más de un día tratando de explicarle al güevón que te tocó por guardia la situación en la que se encuentran, que si no salen de ahí se van a joder, que si quieren te mantengan encerrado, pero lejos – de - ahí: lo sabes bien, has estado informado pelando la oreja a las conversaciones entre oficiales: los lemnosos van a llegar pronto al centro de coordinación policial 2, o así llaman al lugar en donde estás contenido, que no está para nada lejos de la pobre Santa Lucía. A todo esto el guardia no te entenderá, no te escuchará, no te parará la más mínima bola. Se quedará ahí, escuchando su rockcito del año de la pera en su radio de mala muerte, que ni tan mal está para ambientar.
Tu celda es espaciosa, con suficiente espacio para meter a muchas más personas; pese a esto sólo estás tú, porque todos los demás están ya procesados en los respectivos retenes, o son libres, en sus casas, cuidando de sus familias. Piensas en tu familia, a la que ya has llamado y has mentido descaradamente, diciéndoles que estás en cualquier otra parte: no quieres a tu familia viniendo a buscarte, a pelear con los policías para que te saquen. Lo piensas bien: ellos están lejos de la infección; tú no tanto, pero estás protegido en un lugar con armas y personal de seguridad; si ellos vienen no estarán tan protegidos, ni tú tan tranquilo.
Porque estás tranquilo en tu celda, sentadito, midiendo hasta los pasos de la cucaracha que se aventura entre tus pies. No la matas, pa qué. No haces ni un movimiento innecesario, ya no. Estás tranquilo en la comandancia y verás cómo cada uno de los oficiales es llamado a servicio. Poco a poco, se irán quedando solos tú y el asignado.
Llevas el conteo de los días, y para la mañana del segundo día sólo están tú y el oficial asignado para no dejar el centro de coordinación desprotegido, todos los otros oficiales de turno (y no de turno) están trabajando; sabes muy bien por qué. Tú en tu celda, el policía no muy lejos, en su escritorio, en la música de su radio. No puede escucharte, pero tú sí puedes escuchar la perorata inentendible de REM anunciando el fin del mundo. Casi te ríes de la ironía, pero te lo impide el pesado paso del tiempo, el encogimiento del espacio en el que estás encerrado, el sonido del talón de tu zapato contra el piso cada cuarto de segundo, el entumecimiento de tu pantorrilla por tener ya mucho tiempo haciendo esto - porque el tiempo de la espera se mide por la ansiedad de la pierna derecha-, porque todavía estás aquí y tu familia allá y ya ha caído la tarde. La radio ha dejado de sonar.
El oficial se acerca a tu celda, se rasca la panza que da la forma redonda a su camisa marrón claro. Brilla su bronce en el cuello de su uniforme, su pistola está en la funda, pero sin el seguro de la misma. Se rasca ahora el bigote, se seca el sudor de la frente, quiere decir algo y no sabe cómo. Le sacas las palabras.
- Bueno mijo, o me decís o me matáis a tiros, porque igualito me estáis matando, loco.
- Ciudadano ¿Ortega, es que es?
- Ajá.
- La vaina está fea.
- ¿Vos creéis?. Entonces ¿Qué vamos a hacer?
- No, ciudadano. Yo no puedo dejarlo salir, entiéndame.
No pierdas la calma. No pierdas la calma. A la mierda la calma.
- Verga, oficial. Nadie más va a venir pa acá. No me vayáis a dejar sólo, loco, sé humano. Entendeme vos a mí.
El oficial respira. Se soba el cuello, se rasca detrás de la cabeza. Te suelta la noticia:
- Ya hay gente rara allá afuera
- ¿Rara? – Dirá tu voz de garganta seca, la noticia te quiebra un poco la voluntad.
- Bueno, enfermos pues.
- Ajá… - Dices, mientras piensas “tirame una verguita, loco”.
- Yo no puedo quedarme aquí, llevo trabajando horas extra por esta vaina, y yo me tengo que ir, pues, a ver cómo está mi familia y eso. ¿Entendéis?
- Claro…
- Entonces, bueno. Eso, me tengo que ir, chamo.
- ¿Y me vais a dejar aquí? Oficial, vergación, sea humano – imploras, nunca muy humilde, aguantándote otras palabras que no dejas salir.
El policía no dice más y se retira de enfrente de tu celda. Qué más coño, piensas. Quieres darle un golpe a la pared, pero piensas que podrías necesitar ese puño. Mides el espacio de la reja, la pared, el suelo. ¿Cómo serán los lemnosos? ¿Tendrán fuerza? ¿Podrán pasar por la reja? ¿Podrán caminar sin miembros y caber por la reja? ¿O quizá apilarse en la puerta de tu celda y tumbarla? ¿Qué sentidos tendrán? ¿Podrán verte si no te mueves? ¿Podrán olerte si te cubres con algo? ¿Y con qué coño te vas a cubrir en una celda? ¿Qué hay en una celda? Observas tu entorno, pared, pared, pared, reja, pared, pared, pared, reja, y en la reja, la sombra de alguien.
- Ajá chamo. Lo único que puedo hacer por vos es esto. Tomá.
El oficial, con un bolso colgando de un hombro y la pistola mal empuñada en la otra mano, te da las llaves. Suenan a gloria en tus manos, esos tintineos metálicos. Te atreves a pedirle la cola a cumbres de Maracaibo. Te niega el aventón. Te dice que vive en otra parte, y que es mucho desvío. “A buen mojón”, piensas, pero no tentarás tu suerte. El policía se va, y ahora estás solo.
Comienza la preparación, así que pon mucha atención. La siguiente parte debe hacerse con mucho cuidado:
Llave en mano abre la puerta de tu celda, saca la cabeza primero y echa una mirada: no debe haber nadie, sin embargo no debes arriesgarte a salir despavorido y toparte con infectados que hayan entrado en el centro de coordinación.
Desolado, efectivamente. Camina con cuidado, por favor. No hagas mucho ruido, no sabes si detrás de aquella puerta hay alguien. Mano en la manija, abre con cuidado. Observa: no hay nadie.
La salida está más adelante. Camina a través de la habitación en donde hay un escritorio, archivos, computadoras, estantes varios; camina con cuidado. Mide tu alrededor. Un archivo, no. Un escritorio, sí. Te acercas al escritorio, desconectas el cableado inherente: computadoras, teléfonos. Mueve el escritorio y tapa la puerta. Una vez hecho esto, revisa tus alrededores: encuentra tu celular descargado junto con tus pertenencias. Busca ahora un objeto contundente, un rolo, no: estos policías no usan rolos. Un tonfa servirá, pero no encuentras ninguno. No hay tubos, bates, llaves, ni barras pataecabra. Revisa más, debe haber una armería. La encuentras, y está cerrada. No tienes llave para abrirla, así que te toca usar tu delicadeza.
Una vez destrozada la armería sécate el sudor, descansa un poco. Revisa lo que encuentras: 4 berettas reglamentarias, 5 clips de carga, 2 bastones extensibles inmovilizadores, o “rompehuesos”. Busca algo que te sirva de bolso, una bolsa de basura. Echa su contenido en el suelo, y mete lo encontrado, exceptuando un bastón y una beretta. Revisa la carga de la pistola, tal como te enseñaron tus padres. Quítale el seguro, ponla en tu correa. No busques una funda, no será necesaria. No, tampoco encuentras nada que comer. Tienes hambre, claro, pero debes disponerte a salir.
Mueve de nuevo el escritorio que bloqueaba la puerta y echa una mirada: deben haber 3 o 4 individuos caminando fuera del centro, por la carretera. Disponte a hacer la prueba: abre la puerta, apunta, dispara.
Cierra la puerta y bloquéala con el escritorio. Espera.
Nada sucede. Anota en tu mente: no son atraídos por el sonido. Repite el procedimiento de abrir la puerta. Revisa: no le diste a ninguno, pero ninguno se ha interesado en ti. Caminan dirigidos al otro lado del camino, hacia la parte más alta de esta subida que es Valle Frío. Aventúrate a salir un poco más, levanta los brazos, muévelos. Un poco más. No te ven. Anota en tu mente: no ven bien (debe comprobarse mejor, ya que lo has hecho todo en la oscuridad de las 7 de la noche, aproximadamente, calculas). Regresa por tus cosas, sal de ahí y busca una manera de irte. Piensa: Patrullas, no hay. Las otras patrullas serían las de polimaracaibo, que se encuentran bajando todo Valle Frío hasta llegar a la vereda, probablemente no una caminata agradable. Descartado. La mejor opción es caminar hacia una vía transitada: debes llegar a la avenida 2 “El Milagro”. Nombre apropiado.
Toma el camino hacia El Milagro, subiendo por Valle Frío y luego bajando a la izquierda por la calle 81. En el camino evita a los infectados. No hagas ruido, no llames la atención. No te creas en una película de zombis.
Pero ya llamaste la atención.
No sabes qué fue lo que hiciste que los 4 pobres diablos que caminaban delante de ti se voltearon y se quedaron mirándote. La pistola, no. El bastón extensible en tu mano izquierda, un movimiento brusco y se convierte en un amenazante palo negro que te da una frágil seguridad. Los lemnosos empiezan su caminata hacia ti. ¿La pierna? No. Caminando hacia ti podrían caerte encima. Lo piensas bien y no te queda de otra que darles en la cabeza.
Un sonido seco, el bicho cae a un lado. No hiciste mucho esfuerzo, quizá ni le rompiste el cráneo, pero funciona. Repites el procedimiento con los otros 3. No mucho esfuerzo, todo fácil. No se levantan de nuevo, no crees que necesites de un segundo golpe de seguridad: no los golpeas de nuevo. Trotas. Las cosas en tu bolsa hacen un ruido apenas molesto para ti. La esquina de la 81, cruzas.
Te devuelves corriendo, pero ya es tarde: te han notado.
Más de 50 al menos, no alcanzas a contar, caminan con violencia para alcanzarte. El sonido que hacen es espantoso: una ruptura de garganta y cuerdas vocales. Te duele el cuello de solo escucharlos. Ni se te ocurra sacar la pistola, ni se te ocurra enfrentarlos. Sabes que no puedes con tantos. Un carro. ¿Se acerca un carro? Rojo y azul, luces.
Una patrulla, reconoces al oficial que te arrestó en primer lugar: Gómez. Estaciona la patrulla delante de ti.
- Arriba pues.
- ¡Voy! – le dices.
Te montas en su patrulla y él da la marcha en retroceso, mete la cola del carro en el estacionamiento de un edificio y arranca a voltear el vehículo en sentido contrario. Por esta vía, volverán a Pichincha y podrán salir por otras calles. Respiras, respiras, vuelves a respirar.
Un entendimiento silencioso te da una calma añorada, Gómez entiende que la situación es especial, y que no puedes ser procesado como un criminal dadas las circunstancias. No te lo ha dicho, pero lo sabes. En el camino no hablas mucho, miras por las ventanas y ves cómo no hay nadie en las calles: los carritos de comida no salieron, Maracaibo parece dormida, como de 4 am y ves en el reloj de la patrulla que son apenas las 8. La radio se comunica de vez en cuando, anuncia un montón de números y vuelve a callar: “Cambio, un 26 en la 83. Cambio, incidente en el Coromoto, repito, incidente en el Coromoto, cambio, qué verga es esta, argón 2, argón 2”… Gómez aprieta sus labios, no dice nada. Tampoco le quieres preguntar. Llegas a cumbres de Maracaibo, no hay rastros de infección. Antes de bajarte Gómez te quita las berettas y las cargas; te deja el bastón extensible.
- Verga Gómez, gracias.
- Tranquilo papá. Cuídese pues.
- ¿Pa dónde vais ahora? – Te atreves a preguntar, no sabes muy bien por qué.
- A servicio – dice Gómez tras un suspiro – a cuidarlos a ustedes.
Entras a tu casa, tu hermano te abre la puerta y te mete a punta de abrazo. Tus dos sobrinitos también están. Tu mamá, tu papá, tu hermana, su novio, tu cuñada; te reciben con la sonrisa que esperabas, que dibujabas en tu mente en el tiempo que estuviste en la celda. En la mesa notas 2 armas, sus cargas, y varios objetos contundentes, le preguntas a tu hermano.
- ¿Eso fuiste vos, Leo?
- Claro, gordo. Quién más – te responde.
Pones el bastón en la mesa junto a las otras armas, y te sientas a descansar.
- ¿Comiste? – Te pregunta tu mamá
- Verga, tengo hambre.
- Hice arvejas.
- Véngase.
Y cenas con gusto y calma.
Piensas en redactar lo descubierto en el proceso y montarlo en la alguna parte de internet, pero sabes bien: los maracuchos jamás leen las instrucciones.
hey gente muy buen trabajo sigan poniéndole corazón y éxitos... =)
ResponderEliminar